COMENTARIO AL EVANGELIO
DOMINGO CUARTO DESPUÉS DE LA EPIFANÍA
En aquel tiempo: Subió Jesús a una barca, y sus discípulos lo acompañaron. Y de pronto el mar se puso muy agitado, al punto que las olas llegaban a cubrir la barca; Él, en tanto, dormía. Acercáronse y lo despertaron diciendo: “Señor, sálvanos, que nos perdemos”. Él les dijo: “¿Por qué tenéis miedo, desconfiados?” Entonces se levantó e increpó a los vientos y al mar, y se hizo una gran calma. Y los hombres se maravillaron y decían: “¿Quién es Éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?”.
Mateo VIII, 23-27
SAN AGUSTÍN
El doble simbolismo de la barca
A) La tempestad
Aludimos aquí a casi todos los pasajes en que San Agustín habla de este Evangelio. Aparte de la brevísima homilía que constituye el sermón 63 (PL 3S,424-425), se registran cinco lugares más sobre el mismo tema. En la barquilla combatida por las o.as suele ver el santo Doctor el símbolo de la Iglesia o del alma abatida por las tribulaciones. En uno y otro caso hay que despertar a Cristo.
a) CRISTO Y LAS TEMPESTADES DE LA IGLESIA
A las tempestades de la Iglesia alude propiamente San Agustín al comentar el c.14 v.24-33 de San Mateo (cf. PL 38, 474-479). Claro es que las aplicaciones resultan exactamente iguales. La barquilla significa la Iglesia, que en su navegar a través de los siglos sufre el embate de la tempestad. Mas se precisa permanecer en la nave, pues si dentro de ella menudean los peligros, fuera la muerte amenaza segura. «El vendaval que sopla es el demonio, quien se opone con todos sus recursos a que nos refugiemos en el puerto. Pero es más poderoso el que interpela por nosotros..., el que nos conforta para que no temamos y nos arrojemos fuera del navío. Por muy sacudido que parezca, sin embargo, en él navegan no sólo los discípulos, sino el mismo Cristo... Por eso no te apartes de la nave y ruega a Dios. Cuando fallen todos los medios, cuando el timón no funcione y las velas rotas se conviertan en mayor peligro, cuando se haya perdido la esperanza en la ayuda humana, piensa que sólo te resta rezar a Dios. Quien de ordinario impulsa felizmente a puerto a los navegantes, no ha de abandonar la barquilla de su Iglesia» (Semi,. 63,4: PL 38,424-425). .
b) CRISTO Y LAS TENTACIONES DEL ALMA
1 Despertar a Cristo dormido
San Agustín habla ahora de los que no oreen en la resurrección, porque en medio de la tempestad de las pasiones es necesario que despierte la fe en Jesucristo.
La ebriedad, la ira y todos los vicios humanos aun las olas que se levantan contra el alma para hundirla. «Cristiano, en tu nave duerme Cristo; despiértale, que El increpará a la tempestad y se hará la calma. Los discípulos a punto de anegarse y Cristo dormido representan a los cristianos también en trance de zozobra, porque duerme su fe. Ya sabéis lo que dijo San Pablo: Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones (EP h. 3,17). Según la presencia de su hermosura y su divinidad, Cristo está siempre con el Padre; según su presencia corporal, vive ahora en el cielo sentado a la diestra del Omnipotente; según la presencia de la fe, está dentro de nosotros. Por lo tanto, si te ves en peligro, será porque Cristo duerme, esto es, porque no vences las concupiscencias que se levantan cual vendavales de mal consejo porque tu fe está dormida. ¿Qué es dormir la fe? Olvidarte de ella. ¿Qué es despertar a Cristo? Despertar tu fe, recordar lo que creíste. Recuerda, pues, tu fe, despierta a Cristo, y tu misma fe mandará al oleaje que te turba y a los vientos que te aconsejan el mal, y vendrá la bonanza, pues aun cuando los perversos consejos no se callen, no sacudirán a la nave, no encresparán las olas ni podrán hundir la barquilla en que navegas» (Sem. 361,7: PL 39,1602ss).
2. Cómo se despierta a Cristo
El sueño de Cristo estaba sometido a su voluntad, luego al dormir en medio de la tormenta quería indicarnos algo. La nave simboliza la Iglesia y cada uno de nosotros, porque todos somos templos de Dios, y nuestro corazón navega por el mundo. Las tempestades representan las pasiones, las riñas, la ira... Todas se desatan porque Cristo duerme, o sea, porque nos olvidamos de El. ¿Como se le despierta? Acordándonos de su doctrina. Por ejemplo, ¿te dejaste arrebatar por la ira? Duerme Cristo. ¿Miraste con amor al que dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Le. 23,34), y renunciaste a la venganza? Cristo se ha despertado en ti. Y cuando digo de la ira, lo afirmo de cualquier tentación.
En cuanto llames a Cristo, habrás de decir: ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen ? (Mt. 8,27). Todas las cosas han sido hechas por El y El las gobierna. ;Ojalá te parezcas tú a los vientos y a la mar! El mar le oyó, y tú a veces estás sordo (cf. Serm. 63,2,3: PL 38, 424-425).
Las tempestades de la Iglesia fueron profetizadas por Cristo. Pues lo mismo que profetizó las tempestades nos profetizó también el cielo. Puesto que creemos en lo uno, debemos asimismo creer en lo otro (cf. Serm. 38,10: PL 33, 240).
B) Cristo, socorro en cuatro tentaciones
Extractamos, en consonancia con el tema homilético primordial de esta dominica, la «Enarratio». de San Agustfn al salino 106 (cf. PL 37,1410-1430). La abundante doctrina del santo Doctor sobre las tentaciones está dominada toda ella por la preocupación antipelagiana. El que cae es porque ha creído que podía resistir la gracia. En vez de formar una antología de textos agustinianos sobre la penitencia, escogemos la presente enarración para dar idea de lo que son tan hermosos sermones, y a la vez por la originalidad que revela el Santo al describir las tentaciones que suele padecer el hombre, y la ayuda que necesita de Cristo para vencerlas.
En resumen, San Agustín afirma que el salmo es un canto de alabanza a Dios, porque nos ha librado: 1.°, de la incredulidad; 2.°, de las tentaciones de la pasión ; 3.°, del cansancio de la vida espiritual, y 4.°, de las tempestades levantadas contra la Iglesia. El orador va distribuyendo el salmo (cf. supra, sec.I, V, I) y lo acomoda a las cuatro tentaciones mencionadas. Según Nácar (cf. BAC, Sagrada Biblia 4.a ed. p.800), el salmo se refiere a la liberación del cautiverio babilónico, pero con colores claramente mesiánicos.
a) EXORDIO
El título del salmo es un Alleluía dos veces repetido. Alleluia que cantamos litúrgicamente en determinados días, pero que sentimos en el corazón todo el año. Su alabanza estará siempre en mi boca (Ps. 33,2). Alégrese el cristiano, porque Cristo ha sido su Salvador en todas las tentaciones. Alabad a Yavé porque es bueno, porque es eterna su misericordia (v.1). Cuatro veces repite el salmo esta alabanza, según las cuatro tentaciones de que Dios nos ha salvado. Digan así los rescatados de Yavé (v.2), los judíos, los hombres todos, que del oriente y del occidente, del aquilón y del austro (v.3) gemían necesitados de salvación.
b) CUATRO TENTACIONES
1. Falta de fe
La primera necesidad y tentación del hombre es aquella en que vive cuando no se preocupa de nada ni mira nunca hacia lo alto. Para que despierte necesita la gracia. En su caminar hacía Dios hay un momento en que siente la falsedad de su vida y se encuentra vacío de verdad. «Esta es la primera tentación, la del error y del hambre tío verdad. Cuando el hombre desfallecido clama a Dios, halla la senda de la fe, por la que se dirige a la ciudad del descanso», Entonces es conducido a Cristo, que dijo: Yo soy sil cansino, la verdad y la vida (Io. 14,6).
2. Lucha de la concupiscencia
Ya se ha convertido a la fe... Pero aun está amarrado por la concupiscencia. Quiere marchar y no puede seguir su camino; el vicio se lo impide. «Esta es la segunda tentación, la dificultad en obrar el bien. En medio de ella, llama el hombre al Señor, y el Señor le libra de su angustia, rompe las cadenas de la tribulación y le facilita las obras de justicia. Empieza a serle fácil lo que era difícil; ya sabe abstenerse del mal, huir del adulterio, no ser sacrílego ni homicida, ni apetecer las riquezas ajenas; se le hace posible lo que era imposible». Esta tentación resulta necesaria para el hombre, porque, si desde el comienzo hubiese vencido sin lucha, lo hubiera atribuído a sus propias fuerzas, y al no confesar a Dios, habría sido derrotado.
3. Cansancio de la virtud
Superadas estas dos tentaciones que hemos experimentado todos porque ¿quién no ha tenido que clamar: Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Rom. 7,24), en que la carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu y el espíritu a las de la carne, de suerte que hacemos lo que no queremos? (Gal. 5,17), viene la tercera: Ya obras bien, pero te cansas de la vida piadosa.
No te deleita el vicio, mas tampoco te agrada pensar en Dios. «No es tentación pequeña. Date cuenta de que estás sufriéndola y pídele al Señor que te libre también de este pesar».
4. Persecuciones de la Iglesia
«Libre del error, superadas las dificultades del bien obrar, vencido el tedio de la palabra divina, quizá seas digno de gobernar la nave de la Iglesia. Entonces sufrirás la cuarta tentación, las tempestades que sacuden a la Iglesia y tanto hacen padecer a sus gobernantes. Aquellas tres primeras tentaciones son comunes a todos los fieles; esta cuarta es privativa de los que mandan...; mas no penséis que vosotros quedáis libres, puesto que navegáis en la misma barca que zozobra. Por creer que esta tentación nos pertenece a nosotros solos, no vayáis a omitir vuestra plegaria. Precisamente la oración es más indispensable, porque, si naufraga la barquilla, vosotros seréis los primeros en perecer. Aunque no os sentéis junto al timón, navegáis embarcados en el mismo navío».
c) CRISTO, REMEDIO DE LAS CUATRO TENTACIONES
El Salmista dirige a Cristo cuatro exclamaciones en acción de gracias, porque Dios es el único que nos salva en cada una de estas pruebas: Dios, que resiste a los soberbios, pero a los humildes da la gracia (Iac. 4,6); que vino para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan Ciegos 9,32), porque todo barranco será rellenado, y todo monte y collado, allanado (Le. 3,5).
1. Cristo, remedio de la primera tentación
Andaban errantes por el desierto solitario, no hallaban camino para ciudad habitada; hambrientos y sedientos, desfallecía la fuerza de su alma; y clamaron a Yavé en su peligro y los libró de sus angustias, y los llevó por camino derecho para que pudieran llegar e la ciudad habitada. (Ps. 106,4-8). Dios les hizo sentir este hambre en que desfallecía su alma, hambre bendita, que les impulsó a conocer su necesidad; cuando la hubieron sentido, les llevó a la fe y a que dieran gracias al Señor por su piedad... porque sació al hambriento... (ibid., 8-9). Cristo es quien otorga el comienzo y el fin en el camino de la fe.
2. Cristo, ayuda en la segunda tentación
Estaban sentados en tinieblas y en sombras de muerte,.. porque... habían despreciado los consejos del Altísimo (ibid., 10-11). Quisieron, recibida la fe, vivir independientes de Dios, pero en la batalla «contra la concupiscencia. si Dios retira su auxilio, podrás pelear; lo que no podrás es vencer». Ahora bien, cuando el hombre siente aquella lucha que experimentó San Pablo, y, entendiendo que se dió la ley de Cristo para que donde abundó el delito sobreabundara la gracia (Rom. 15,5), dama al Señor como el mismo Apóstol y ve que Dios le saca del abatimiento en que estaba deprimido sin tener quien lo socorriese... Y los sacó de las tinieblas y de las sombras de la muerte... Den gracias a Yavé por su piedad... por haber roto puertas de bronce y haber desmenuzado barras de hierro (Ps. 106, 12-16).
3. Cristo nos salva en la tercera tentación
Toda comida les producía náuseas, y estaban ya a las puertas de la muerte y clamaron a Yavé en su peligro, y los libró de sus angustias (ibid., 18-19). ¿ Qué he de aprender aquí? Dos cosas: primera, saber que, si me deleita la palabra de Dios, no es cosa mía, sino gracia suya, y, por lo tanto, no he de despreciar, sino compadecer, a quien le ocurra lo contrario. Segunda, que, si un día me veo en este trance. he de cumplir lo del Salmo: Clamaron a Yavé en su peligro... y los libró de sus angustias (ibid., 19). Mandó su palabra y los sanó de su corrupción (ibid., 20) (Nácar-Colunga dice: de su perdición), Corrupción del entendimiento es que nos parezca amarga la dulzura, pero la luz divina es quien nos devuelve el gusto. Demos, pues, gracias a Dios por recibir este beneficio, y digamos: Den gracias a Yavé por su piedad... y ofrézcanle sacrificios de gracias (ibid., 21-22).
4. Cristo nos sostiene en la cuarta tentación
Los que surcan el mar en la nave para hacer su negocio en la inmensidad del agua (ibid., 23). La inmensidad de las aguas ha representado siempre a la multitud de las gentes, como confirma el Apocalipsis (17,15). La nave es la Iglesia, que va surcando los mares del mundo. No quiso Dios que la Iglesia se olvidase de El, y por eso dijo al huracán que soplara y levantó las olas del mar. Subían hasta los cielos y bajaban hasta los abismos (ibid., 25-26). Los que están y al timón y aman fielmente a la nave, veían su alma entre angustias, rodaban y vacilaban como ebrios, y toda su pericia no servía de nada (ibid., 26-27). Los que han gobernado la Iglesia entienden bien la verdad de este Pasaje del Salmista, porque «hay veces en que fallan todas las precauciones humanas. Dondequiera que miramos, hallamos olas que rugen, tempestades que braman, brazos que faltan, sin que sepamos adónde apuntar con la proa, qué velas hay que recoger, por dónde ha de ir la nave o de qué escollos precisa librarla. ¿ Qué hacer en esos momentos? Clamaron a Yavé en su peligro y los libró de sus angustias; tornó el huracán en céfiro, y las olas se calmaron... (ibid., 28,29). Oíd la explicación de un gran timonel que pasó muchos temporales y fué abatido y liberado». San Agustín cita la Epístola segunda a los Corintios (1,8-9). donde San Pablo recuerda aquella tribulación en que temió como cierta la sentencia de muerte y no confiaba más eme en Dios. que resucita a los muertos. Alabemos, pues, a Dios, ya que no han sido nuestros méritos ni nuestras fuerzas o sabiduría, sino su misericordia la que nos ha salvado. Amemos en nuestra liberación al que llamamos en el peligro. Den gracias a Yavé por su piedad por los maravillosos favores que hace a los hijos de los hombres (Ps. 106,31).
C ) La prosperidad y la adversidad
a) LA PROSPERIDAD Y LA DESGRACIA SON COMUNES
A LOS BUENOS Y A LOS MALOS
La misericordia de Dios envuelve a los buenos y a los malos. De éstos, unos se arrepienten; otros atesoran «ira para el día de la ira» (Rom, 2, 4). A pesar, de todo, «la paciencia de Dios invita a los malos a la penitencia», de la misma manera que el azote de Dios enseña paciencia a los buenos. Dios ha querido que los bienes y los males temporales sean comunes a todos los hombres, «para que no deseemos desordenadamente los bienes que vemos también en los malos y no huyamos ciegamente de los males con que los buenos son atribulados».
No son la prosperidad o la desgracia las que hacen bueno o malo al hombre. Lo importante es el uso que de ellos haga el hombre. «Porque el bueno ni se engríe con la prosperidad ni con la adversidad se quebranta; en cambio, el malo es desgraciado porque la prosperidad le estraga y corrompe...» En la distribución de los bienes y de los males interviene la providencia divina: «Porque si ahora castigara Dios manifiestamente todo pecado, parecería que no dejaba nada para el juicio final. Y, por el contrario, si Dios no castigase manifiestamente en este mundo pecado alguno, parecería que no existe la providencia divina».
Sin embargo, la identidad de los padecimientos no borra la diferencia entre buenos y malos, porque «la misma adversidad... prueba y purifica a los buenos y condena y destruye a los malos... La diferencia no está en el padecimiento, sino en el modo como se lleva el padecimiento» (De civitate Dei I 8: PL 41,20).
b) POR QUÉ AZOTA DIOS AL MISMO TIEMPO
A LOS BUENOS Y A LOS MALOS
Dios castiga a los buenos porque no se hallan totalmente libres de pecados. Y porque, además, muchas veces, los buenos no tratan a los malos como es debido.
«De ordinario los buenos disimulan, no enseñando ni amonestando a los malos, y a veces dejándoles sin reprensión, sea porque se rehuye este trabajo, sea por vergüenza de reprenderlos cara a cara, sea porque no quieren crearse enemistades que sirvan de impedimento para la posesión presente o futura de los bienes temporales. Los buenos... disculpan y condescienden con los pecados de los malos... Por esto Dios los castiga envolviéndolos en el azote temporal. Dios obra así, además, para que, al saborear loa buenos la amargura de esta vida presente, no se apeguen excesivamente a ella.
Hay una abstención frente al pecado del prójimo que es licita: cuando se espera ocasión más oportuna o cuando Se prevé que la corrección empeorará al pecador. Pero le abstención es culpable cuando los buenos «dejan de reprender al malo por miedo a que éste, ofendido, los impida el uso lícito de los bienes que poseen o esperan poseer con codicia excesiva para un verdadero cristiano».
Los buenos y los malos «son azotados conjuntamente no porque juntos lleven una mala vida, sino porque juntos aman la vida temporal, si bien no con la misma afición».
«Además, tienen otra causa los buenos para sufrir las desgracias temporales..., para que el espíritu del hombre, probado y examinado, demuestre la piedad, la virtud y el desinterés con que ama a Dios» (De civitate Dei I 9: PL 41,21).
c) DE LOS VICIOS DE LOS ROMANOS QUE NO ENMENDÓ
LA DESTRUCCIÓN DE LA PATRIA
«¡Oh mentes dementes! ¿Qué locura tan grande es ésta? Lloraron vuestra destrucción los pueblos orientales; los mayores Estados de todo el mundo lamentaron vuestra caída con públicas demostraciones de lutos y de lágrimas; y, entretanto, vosotros buscabais, entrabais, llenabais los anfiteatros y cometíais mayores crímenes que antes. Esta mortal degeneración de los espíritus, esta decadencia de la moral pública es la que temía en vosotros aquel Escipión cuando prohibía la construcción de teatros, cuando preveía que' la prosperidad os podría fácilmente corromper. cuando deseaba que no anduvieseis libres del temor a las incursiones del enemigo. Juzgaba Escipión que no es feliz el Estado que tiene en alto sus murallas y tiene por el suelo su moral. Pero en vuestro caso pudo más el engaño seductor de la impiedad diabólica que la previsión de los hombres prudentes. Esta es la causa de que no queráis imputaros a vosotros mismos los males que hacéis y de que pretendáis imputar los males que padecéis a la aparición del cristianismo. Con vuestra seguridad no buscáis la calma quieta del Estado, sino la impunidad de vuestros desórdenes, porque, corrompidos con la prosperidad, no habéis querido enmendaros con la adversidad. Escipión quería que el enemigo os infundiera temor, para que el regalo no os afeminara. Pero vosotros ni aun bajo la opresión del enemigo cortasteis las excusas, perdisteis el fruto de la tribulación, caísteis en suma desgracia y en ella todavía permanecéis» (SAN AGUSTÍN, De civitute Dei 133: PL 41,45).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario