sábado, 25 de septiembre de 2021

San Ambrosio: Buscando al Señor



COMENTARIO AL EVANGELIO

DOMINGO XVIII DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 

En aquel  tiempo: Subiendo Jesús a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados.» Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: «Este está blasfemando.» Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados —dice entonces al paralítico—: “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.» Él se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres. Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme.» Él se levantó y le siguió.

San Mateo IX, 1-8


SAN AMBROSIO


Buscando al Señor

Busquemos al Señor como las multitudes que se agolpan a la puerta de su casa. como los portadores del paralítico (cf. Tratado de la virginidad c.8,10.II: PL 16,178). 


A) Busquemos a Jesús 

a) JESÚS CURA EN TODA HORA Y LUGAR

"Desde el comienzo de la Iglesia, ya buscaban a Jesús las turbas. Y ¿por qué? Porque, dice el Evangelio, poniendo sobre ellos sus manos, quedamos curados (Le 4,40). Para curar no hay tiempo ni lugar determinados. En todos los lugares y tiempos se ha de aplicar la medicina. Dentro de casa es bendecida por el ángel María (Lc. 1,28); estando dentro de su casa, es ungido David como profeta (1 Reg. 16,3). En todos los lugares cura Jesús. Cuando va de camino, en casa, en el desierto. En el camino quedó curada la que tocó el ruedo de su vestido (Mt. 9,2); en casa del príncipe de la sinagoga resucitó a su hija (Me. 5,41); en el desierto fué sanada una multitud de enfermos. Pues dice así el Evangelio: Cuando ya se ponía el sol, todos los que tenían enfermos de diversas dolencias los llevaban a Jesús, y El, imponiéndoles las manos, les curaba (Le. 4,40)".



b) A CRISTO SE LE HALLA EN LA SOLEDAD 

"¿Qué mayor ventura para el pueblo que pueda seguir él también a Cristo por el desierto? Con lo cual quiere enseñarnos que en el varón perfecto no debe existir la soberbia, pues El no rehuía tanto la muchedumbre de la gente como la jactancia en el obrar. Así también nosotros, si deseamos ser curados o si ya merecimos la salud, lejos de nosotros la lujuria, lejos la lascivia; como colocados en el desierto de esta vida y en una tierra estéril, sigamos a Cristo, que huye de las delicias' del cuerpo. 

Tampoco se halla Cristo en las plazas ni en las calles, pues ni en las plazas ni en las calles le pudo hallar la que dijo: Me levantaré e iré, y recorreré la ciudad, las plazas y las calles, y buscaré al que ama mi alma (Cant. 3,2). No nos cansemos en buscar a Cristo en aquellos parajes donde no le podamos encontrar. Cristo no es de los que andan de ronda. Pues Cristo es la paz, en la plaza hay disputas; Cristo es la justicia, la plaza es el lugar del ocio sin provecho; Cristo es la caridad, la plaza es el lugar de la murmuración ; Cristo es la fe, en la plaza tienen lugar los engaños y perfidias; Cristo está en la iglesia, en la plaza los ídolos. Que aquella viuda de que hablamos en otro libro (cf. De viduis c.9ss) se dé cuenta que mi ánimo, al usar aquel lenguaje duro, no fué para reprenderla, sino para darle un consejo caritativo; que no fué áspero, sino sedoso, y para que reciba la gracia del perdón y sepa que en la Iglesia es donde se santifica la viuda y en la plaza donde se pervierte. Huyamos, pues, de las plazas, huyamos de las calles".


C) ANDEMOS CON CAUTELA 

"Así, pues, andemos alerta, no sea que, como sucedió a aquella alma escogida, nos encuentren los serenos que rondan las calles de la ciudad: Me encontraron —dice— los serenos que rondan la ciudad: me golpearon, me llenaron de heridas, y los guardianes de las murallas me arrebataron el manto (Can. 5,7). No en sí, hijas, no en si, vuelvo a repetiros, es herida la Iglesia, sitio en nosotros. Cuidemos, pues, que nuestra caída no cause (laño a la Iglesia ; que nadie nos arrebate la capa, esto es, la vestidura distintiva de la prudencia y de la paciencia, de las cuales nos despoja la molicie de otros vestidos. Pues los que visten vestidos muelles, viven en los palacios de los reyes (Mt. 11,8). Pero a nosotros nos dió Cristo la capa con la que cubrió a sus apóstoles y a su propio cuerpo. Finalmente, al mandarte que entregues también la capa si alguien te pide la túnica (Mt. 5,40), quiere decir que le entregues el vestido de tu buen ejemplo y como que cubras con el manto de tu prudencia al que antes está desnudo" (c.8). 



B) Abramos a Jesús

a) CÓMO MERECER QUE NOS BUSQUE

"Has aprendido, pues, dónde has de buscar a Cristo; aprende ahora cómo has de merecer que El te busque. Llama al Espíritu Santo, diciéndole: Levántate, aquilón, y ven, ¡oh austro!; sopla en mi huerto y exhalen mis flores sus aromas (Cant. 4,16). Baje mi amado a su huerto y coma los frutos de sus manzanos (Cant. 5,1). El huerto del Verbo es el amor del alma en flor, y la fruta de los manzanos, el fruto de la virtud. El se presenta a tu invitación, y, ya sea que comas, ya que bebas, si invocas a Cristo, allí está diciendo: Venid, comed mi pan y bebed mi vino (Prov. 9,5); y también, si duermes, El llama a la puerta. Viene con mucha frecuencia y por la ventana introduce su mano; pero no viene siempre ni para todos, sino solamente para aquella alma que puede decir: Durante la noche me despojé de mi túnica (Cant. 5,3). Pues es necesario que en la noche del presente siglo te desnudes primeramente de la• vestidura de la vida corporal, ya que el Señor, para triunfar de las potestades y dominaciones de este mundo, se despoja de su propia carne en obsequio tuyo. ¿Cómo volveré a vestir la túnica? (Cant. 5,3). Mira cómo se expresa el alma consagrada a Dios. De tal suerte se desnudó de las costumbres terrenas y de los actos carnales, que no sabe cómo, ni aun queriendo, pueda nuevamente revestirse de ellos. ¿Cómo la volveré a vestir? Es decir, ¿con qué vergüenza, con qué pudor y, finalmente, con qué recuerdo? Pues con el hábito de bien obrar perdió la costumbre de su anterior maldad. Yo me lavé los pies. ¿Cómo podré de nuevo 'mancharlos? (Cant. 5,5). Aprendiste en el Evangelio que el lavar los pies es un misterio de fe y de grande humildad, según está escrito: Si yo os lavé los pies siendo el Señor y Maestro, ¿cuánto más debéis vosotros lavároslos unos a otros? (lo. 13,14). Esto pertenece, sin duda, a la humildad; pero, en cuanto es misterio, debe lavar sus pies el que quiera tener Parte en Cristo, porque, si no te lavare los pies, no tendrás parte conmigo (lo. 13,8). Cuando esto se dice a Pedro, ¿qué hemos de pensar de nosotros? El que una vez se lavó los Pies, no tiene por qué volvérselos a lavar, pero para eso cuide de no ensuciarlos. Con razón dice el alma santa ; "Ya me lavé los píes". No dice: "¿Cómo me los voy a lavar de nuevo?", sino: "¿Cómo nuevamente los mancharé?", cual si se hubiese olvidado de la mancha y contagio pasados". 



b) PUREZA PARA CONSERVARLE 

"Con esto nos enseña que con el ejercicio de la caridad corporal y espiritual debemos borrar las huellas de nuestros actos. Así que, una vez que te hubieres lavado con el celestial riego de la confesión y con el sacramento de la eucaristía te hubieses purificado, cuida de no ensuciarte con la inmundicia de la concupiscencia y lubricidades de la carne... San Pablo nos manifestó cómo puedes vivir en el cielo cuando dijo : Nuestro pensamiento está en el cielo (Phil_ 3,20); es decir, viviendo allí con nuestras costumbres, con nuestras acciones y con nuestra fe (c.10). "Todo el que vive de esta suerte, puede decir : Mi amado metió su mano por la mirilla, y mi interior se conmovió a su contacto. Me levanté a abrir a mi hermano' (Cant. 5,4). Es conveniente que a la venida del Señor se estremezca el interior. Si María se turbó ante la presencia del ángel (Le 1,29), ; con cuánta más razón nos hemos de turbar nosotros a la venida de Cristo! Cuando viene la gracia divina, el amor carnal se aleja y disminuye la actividad externa del hombre. Así, pues, túrbate y corre. Se mandaba a los israelitas que aprisa comiesen el cordero (Ex. 12,11). Levántate, abre, que Cristo está en la puerta, está llamando; si le abrieres, entrara. y entrará acompañado del Padre" (c.11). 


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