domingo, 6 de junio de 2021

Santo Tomás de Villanueva: Causas de la Institución de la Eucaristía



COMENTARIO AL EVANGELIO

DOMINGO II DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

(Antiguo Domingo dentro de la octava del Corpus Christi)

 

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos esta parábola: “Un hombre hizo una gran cena y convidó a muchos. Y cuando fue la hora de la cena, envió uno de los siervos a decir a los convidados que viniesen, porque todo estaba aparejado: Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero le dijo: He comprado una granja y necesito ir a verla; te ruego que me tengas por excusado. Y dijo otro: He comprado cinco yuntas de bueyes, y quiero ir a probarlas; te ruego que me tengas por excusado. Y dijo otro: He tomado mujer, y por eso no puedo ir allá. Y volviendo el siervo, dio cuenta a su señor de todo esto. Entonces airado el padre de familias dijo a su siervo: Sal luego a las plazas, y a las calles de la ciudad y tráeme acá cuantos pobres, y lisiados, y ciegos, y cojos hallares. Y dijo el siervo: Señor, hecho está como lo mandaste y aún hay lugar. Y dijo el señor al siervo: Sal a los caminos, y a los cercados, y fuérzalos a entrar para que se llene mi casa. Mas os digo, que ninguno de aquellos hombres que fueron llamados gustará mi cena”.

Lucas XIV, 16-24



SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA


Causas de la institución de la Eucaristía


(Cf. Divi Thomae a Vilanova opera omnia [t.3 1881] dom. II post Pentec.). 


A) Exordio: predicar las grandezas del Señor

El predicador no tiene por qué ceñirse a predicar sólo verdades morales; debe también manifestar las grandes obras de Dios. Proclamarán la obra de Dios y pensarán que es El el que lo hace (Ps. 63,10). Un sermón de verdades especulativas y científicas puede producir, a veces, el mismo fruto que otro totalmente práctico, porque la contemplación de las obras divinas tiene grandes ventajas, iluminando la inteligencia, inflamando la voluntad, llevándonos a admirar la sabiduría y majestad divinas, de lo cual nace el temor y respeto, y haciéndonos entender la grande obligación de amar, servir y alabar a Dios. Por eso, vamos a cantar las grandezas del Santísimo Sacramento, no adentrándonos en aquellas cosas que es necesario dejar para el estudio de las escuelas, sino intentando investigar los motivos del Señor al instituir la Eucaristía. 

Recemos antes a aquella Virgen santa, de donde nació el que se contiene en este augusto sacramento. 


B) Cuatro causas de la institución

Las dos obras más grandes de Dios han sido la Encarnación y la Eucaristía. De la primera conocemos el final: "Por nosotros, hombres, y por nuestra salud". Pero de la segunda no suele ser tan vulgar el conocimiento. 

Los santos doctores acostumbran reducir las causas a cuatro. 


a) CONSOLAR AL HOMBRE

Por eso se instituyó en el momento en que Cristo se despide de los suyos. No los deja huérfanos. ¿Qué seria de la Iglesia y de nosotros si no tuviésemos el consuelo del sagrario?


b) MEMORIAL DE SU PASIÓN

Hacedlo en memoria mía. No era justo que se olvidase pasión del Señor, y todo en la santa misa, desde los vestidos y gestos del sacerdote hasta la presencia eucarística real, todo debe recordárnosla. Este es el Cordero de nuestra Pascua. 


C) UN SACRIFICIO NUEVO

Abolidas las figuras, se nos da este nuevo sacrificio, ofrecido   por Cristo cuando en el seno de su Madre dijo a Dio, Rechazas las ofrendas 'y víctimas, pero me has dado un cuerpo (Ps. 39,7). Lo anunció Malaquías, como que había de ofrecerse puro e inmaculado en todo el mundo (Mal. 1,10), cual si quisiera indicar que todos los sacrificios del Antiguo habían sido sustituidos por esta nueva ofrenda. 

Notad que la sangre de los antiguos sacrificios no se ofrecía sólo 'en culto de adoración, sino que servía para purificar y santificar, puesto que con ella se ungía a los sacerdotes y reyes y se rociaba al mismo pueblo. Según la ley. casi todas las cosas han de ser purificadas con sangre (Hebr. 9,22). También la sangre del Señor en la Eucaristía es algo más que un sacrificio de adoración, porque, al unirse con nosotros en forma de sacramento, nos santifica y asimila a Cristo.


d) SACRAMENTO QUE SANTIFICA 

Hemos llegado a ello. Si la sangre de animales (Hebr. 9,18) lo hacía antiguamente, ¿qué no hará este pan, que alimenta la vida del hombre (Ps. 103,15), pan y vino, símbolos de sustento? El pan que yo os daré será mi carne, vida del mundo (Io. 6,51). 


C) Unión hipostática y unión eucarística


a) UN NUEVO MILAGRO

Todas estas razones son de gran valor, pero, a pesar de ello, el &ñor hubiera podido conseguir los mismos efectos con cualquier otro sacramento. Este que celebramos hoy es milagro que completa el de la encarnación. Dios envió a su Hijo para vivificar al mundo, para que tuviera vida, y la tuviera muy abundante (Io. 10,10). ¿Cómo podrá ser vivificado el mundo si no es uniéndose con Dios, que es la vida  del mismo modo que el cuerpo  la recibe  al unirse  con el alma?  Cierto que la gracia y la caridad nos comunican esta vida divina, pero el principio y fuente de toda gracia y caridad es la unión  hipostática  de Dios con el hombre  en Cristo Jesús. De esta  primera  gracia manan  todas las demás, originadas de aquella  plenitud (Io. 1,10). 




b) PLENITUD PARTICIPADA POR MEDIO DE LA EUCARISTÍA

Pero esta plenitud de gracia sólo ha sido derramada en la Cabeza del Cuerpo místico, aunque de olla la recibamos todos los miembros. Mas ¿por qué no fue comunicada plenamente a todos  éstos? Ciertamente, porque no convenía. Si hubiera convenido, Dios lo hubiera hecho; más no deja de parecer absurdo que Dios se uniera hipostáticamente a todos los hombres, como tomó el cuerpo y el alma e Cristo. Pero la sabiduría divina ha encontrado un medio para salvar esta imposibilidad y nos ha hecho partícipes de su divinidad por el sagrado banquete de la Eucaristía. Convirtió su carne en alimento inefable y nos lo dió, y, al comerlo, Cristo nos une a É1, nos transforma en Él, nos incorpora a Él, para que la unión que no ha podido cumplirse de una manera hipostática se lleve a cabo por una manducación divina. Comemos una carne deificada y nos unimos a la divinidad, nos convertimos en hueso de los huesos y carne de la carne de Cristo. Ya no somos dos, sino uno solo; ya no somos un solo espíritu por la gracia, sino un mismo cuerpo por Jesucristo, y del mismo modo que un carbón encendido prende fuego a todos los demás, la carne de Cristo nos ha comunicado su divinidad (cf. SAN JUAN DAMASCENO, De fide orthod. 4,14). 



C) UNIÓN REAL, NO SÓLO MÍSTICA 

No se contentó el Señor con uniones místicas; ha querido uniones reales. Podemos aplicar aquí aquella  parábola  de la levadura que fermenta toda la masa, y si ahora no aparece nuestra fermentación, es porque hoy, aunque seamos hijos de Dios, no se ve  todavía  lo seremos; pero, cuando aparezca, nos veremos  semejantes a Él (1 Io. 3,2), brillaremos  como el  sol,  porque Jesús  es un hombre  celeste  (I Cor. 15, 44).

No son  entusiasmos  míos;  oíd  al Señor; Yo soy el pan  vivo, que ha bajado  del cielo; si alguno  come de este pan,  vivirá  para siempre (Io. 6,51);  y para  razonarlo  añade;  El que come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él (ibid. 56)

¿Habéis visto una unión más íntima que la del alimento  y el que lo come? Por eso, así como me envió mi Padre vivo, y yo por mi Padre (ibid., 58), porque tengo con Él una vida común y una substancia común, el que me come participará de de mi vida y naturaleza. 

Después de extenderse en afectos, aduce el ejemplo que el abad Ruperto cuenta de sí mismo en su libro 12 sobre San Mateo (c.26). La noche que precedió a su primera misa se le apareció el Señor en forma humana, y, rodeándole de un modo misterioso y como si fuera un vestido, sintió el abad que Cristo se le imprimía más íntimamente que un sello en la cera, con tales dulzuras, que de no ser rápidas hubiera muerto. Este debe ser el fruto de nuestra incorporación a Cristo en la sagrada comunión. 

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