En aquel día no me preguntaréis más sobre nada. En verdad, en verdad, os digo, lo que pidiereis al Padre, Él os lo dará en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado”. “Os he dicho estas cosas en parábolas; viene la hora en que no os hablaré más en parábolas, sino que abiertamente os daré noticia del Padre. En aquel día pediréis en mi nombre, y no digo que Yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre os ama Él mismo, porque vosotros me habéis amado, y habéis creído que Yo vine de Dios. Salí del Padre, y vine al mundo; otra vez dejo el mundo, y retorno al Padre”. Dijéronle los discípulos: “He aquí que ahora nos hablas claramente y sin parábolas. Ahora sabemos que conoces todo, y no necesitas que nadie te interrogue. Por esto creemos que has venido de Dios”.
Juan XVI, 23-30
SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA
Condiciones de la oración
Sermón que, devoto y lleno de citas escriturarias como todos, demuestra el conocimiento del Santo sobre San Agustín, puesto que todas sus ideas se encuentran en las obras del santo Doctor (cf. ed. francesa, París 1863, t.5 1.233).
A) La oración
a) DIVISIÓN
Tres partes: ¿Debemos pedir? Sí. ¿Cómo debemos pedir? De modo que recibamos. ¿Qué debemos pedir? Que nuestro gozo sea pleno.
b) DEBEMOS PEDIR
1. Una objeción y su respuesta
Santo Tomás se propone esta objeción: Los que piden lo hacen o para exponer sus necesidades o para atraer la voluntad ajena. Es así que Dios lo conoce todo y su voluntad no cambia... Respuesta: No rezamos ni para lo uno ni para lo otro, como haríamos al pedir a un hombre. Por eso el Señor advierte : Orando no seáis habladores, como los gentiles, que piensan ser escuchados por su mucho hablar. No os asemejéis, pues, a ellos, porque vuestro Padre conoce las cosas de que tenéis necesidad antes de que se las pidáis (Mt. 6,7-8). La oración es una petición sencilla al Señor.
«Rezamos no para cambiar los designios de la Providencia, sino para obtener lo que Dios ha decidido conceder a los ruegos de los santos. La Providencia divina no sólo ha regulado los efectos, sino hasta las causas de esos efectos y el orden con que deben concatenarse unas y otros, y en ese sentido decimos que Dios se dobla ante los ruegos de los santos y nuestras oraciones. No es que, cambiando de parecer, decida otorgarnos lo que antes nos negaba, sino que concede al mérito de la oración lo que no hubiese concedido sin él... Por lo demás, esta materia es difícil y no se debe hablar de ella en el púlpito más que con gran precaución».
2. Dos motivos para pedir
El uno por parte del hombre, que es nuestra necesidad, y el otro por parte de Dios, que es su voluntad de dar. San Juan Crisóstomo (cf. Hom. 18 sobre San Mateo) se pregunta que por qué el hombre viene a este mundo mucho más débil que los animales. Aristóteles da a esta pregunta una respuesta filosófica, a saber, que Dios nos ha otorgado una inteligencia que supla nuestra falta de fuerzas (De part. anim. 1.4 c.10); y San Juan Crisóstomo contesta teológicamente, diciendo que, si nacemos débiles, en cambio, Dios nos ha concedido el gran poder de la oración. Nuestra debilidad nos lleva a confiar en Dios, y cuanto más flacos seamos, más nos apoyaremos en su robustez.
La segunda razón se deriva de la consideración de Dios y de su liberalidad, que no sólo está presta a darnos, sine, que nos invita y hasta castiga si no le pedimos. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis (lo. 16,24). Sólo hay una cosa que supere nuestro deseo de recibir, y es su deseo de dar. Dios ansía perfeccionarnos mucho más de lo que nosotros ansiamos la perfección.
San Dionisio (cf. De la jerarquía celeste c.4, 1) dice que el bien es expansivo, y el divino anhela tanto comunicar sus dones y su gloria, que, si encuentra oposición, amenaza con los fuegos eternos al que no se deja beneficiar. Hombre, no seas necio, oye al Esposo del Cantar de los Cantares: Abreme, hermana mía, esposa mía..., que está mi cabeza cubierta de rocío, del rocío de gracia que quiero darte (Cant. 5,2).
e) CÓMO DEBEMOS PEDIR
De tal modo que nuestra oración sea eficaz, lo cual depende del objeto que pidamos.
Debemos pedir:
1. Algo
Es Dios. Pidamos, por lo tanto, bienes espirituales. Es eterno. Pidámoslos eternos. Si pides bienes temporales, no pides nada.
Santiago dice que, si no recibimos, es porque pedimos mal (4,3), y pedimos mal cuando solicitamos cosas contrarias a nuestra salvación, en cuyo caso nos niega con su misericordia lo que, si nos diese, sería efecto de su ira. Un enfermo pide la salud, y, si la obtuviera, marcharía al vicio; un pobre quiere riquezas, y con ellas se condenaría... Si Dios les oyese, sería un efecto de su ira. El salmista dijo: Los abandoné en su obstinado corazón (Ps. 80,13); y en otro lugar: Les dió lo que ardientemente deseaban, pero mandó la podredumbre a sus entrañas (Ps. 105,15).
En consecuencia, debemos pedir de un modo absoluto los bienes espirituales, condicionalmente los otros bienes, como talento, ciencia, etc., en cuanto que a Dios le plazca, si son útiles para nuestra salvación. Los bienes temporales nos es permitido pedirlos tan sólo para subvenir a nuestras necesidades.
San Pablo, apóstol, y, por lo tanto, del número de aquellos a quienes se les habían dirigido las palabras del Evangelio de hoy, pidió por tres veces al Señor que le librase del aguijón de la carne, y, sin embargo, no lo consiguió por no serle provechoso. Muchas veces se nos niega una gracia y se nos concede, como en este caso a Pablo, otra mayor.
2. Al Padre
Esto es, en estado de gracia, para poder ser hijos. ¿Quién se atrevería a pedir un favor a su enemigo? ¿Quieres que Dios haga tu voluntad en las cosas grandes, y tú no haces la suya en las pequeñas? ¿Desprecias sus mandamientos y esperas sus favores? (cf. SAN AGUSTÍN, Meditaciones c.3). Dios no escucha a los pecadores cuando le piden favores terrenos; pero, si le piden la salvación, no rechaza nunca un corazón contrito y humillado (Ps. 50,19).
El Señor resume toda esta doctrina con estas palabras: Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis, y se os dará (Io. 15,7). Y el mismo evangelista, en su primera Epístola (3,21), lo corrobora diciendo: Carísimos, si el corazón no nos arguye, podernos acudir confiados a Dios, y si pedimos, recibiremos de El, porque guardamos sus preceptos y hacemos lo que es grato en su presencia. ¿Qué tiene que ver que los labios pidan misericordia, si las obras demandan venganza? La voz de las obras es la más potente.
3. En mi nombre
San Agustín advierte que el nombre de Jesús significa Salvador, y, por lo tanto, todo lo que se pide contrario a nuestra salud es contrario al nombre del Señor.
En nuestra oración debemos invocar siempre al Padre Y al Hijo, como lo hace la Iglesia. Modelo de oración, el Padrenuestro.
4. Para nosotros
Aun cuando las obras que ejecutamos en beneficio de nuestro prójimo son más perfectas, sin embargo, la oración no es efectiva más que cuando pedimos el bien espiritual para nosotros mismos, pues si lo pedimos para el prójimo, puede acaecer que éste oponga el obstáculo de su mala voluntad.
d) QUÉ DEBEMOS PEDIR
1. Debemos pedir el gozo sobrenatural
¿Cómo, Señor, tú, que quieres que llevemos la cruz, quieres también que pidamos la alegría? Sí, porque la alegría en el Señor no le es menos agradable que la tristeza por nuestros pecados. Alegraos, dice San Pablo (Phil. 4,4). La alegría espiritual ensancha y fortalece el alma. La tristeza motivada por las cosas temporales es perniciosa.
Debemos sufrir las tribulaciones y tentaciones, pero no debemos pedirlas, lo que sería orgullo o locura (cf. SANTO TOMÁS, Comentario a los Hebreos c.10 1.4). Pero el alegrarse cuando Dios nos las envía es cosa excelente. Nos gloriamos hasta en las tribulaciones (Rom. 5,3).
Amemos, por lo tanto, la alegría, pero la alegría plena o completa, que no es otra sino la producida por los bienes espirituales y por la eternidad. El alegrarse de las cosas temporales es alegrarse de un soplo que pasa, y es una alegría vacía, como vacío está el vaso que llenaran con un soplo.
2. La plenitud del gozo y sus condiciones
La alegría puede ser plena objetiva o subjetivamente. Lo es objetivamente cuando tiene por motivo un bien sólido, durable, no interrumpido por lágrimas, y al que la muerte no pone fin, sino que aumenta. Levantad vuestra, cabezas, porque se acerca vuestra redención (Le. 21,28). La alegría temporal no puede ser nunca completa en este sentido, porque desaparece fácilmente; ni lo es tampoco subjetivamente, porque el cuerpo puede gozar, pero el alma siente siempre remordimiento y ansias no satisfechas.
La alegría espiritual, en cambio, redunda en el mismo cuerpo, como perrillo que se alimenta de las migajas que caen de la mesa del Señor. La alegría suprema es el cielo; pero Dios, a veces, nos da a saborear algunas gotas en este camino para que podamos soportar el cansancio y despreciar otros placeres.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario