sábado, 15 de mayo de 2021

San Agustín: El Odio del Mundo, el Testimonio del Cristiano


COMENTARIO AL EVANGELIO

DOMINGO DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN


En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga el Intercesor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de Mí. Y vosotros también dad testimonio, pues desde el principio estáis conmigo”. “Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os excluirán de las sinagogas; y aun vendrá tiempo en que cualquiera que os quite la vida, creerá hacer un obsequio a Dios. Y os harán esto, porque no han conocido al Padre, ni a Mí. Os he dicho esto, para que, cuando el tiempo venga, os acordéis que Yo os lo había dicho. No os lo dije desde el comienzo, porque Yo estaba con vosotros.

Juan XV, 26-27; XVI 1-4



SAN AGUSTÍN,
Obispo, Confesor y Doctor

El odio del mundo, el testimonio del cristiano 


Seleccionamos algunos trozos de los Comentarios al Evangelio de San Juan (PL 35), completándolos con otros lugares agustinianos sobre el martirio, en los que condensa una doctrina muy repetida en diversos pasajes.


A) El odio del mundo y los consuelos del cristiano


a) EL ODIO DEL MUNDO

1. El mandamiento del amor

El Señor dijo que eligió a los apóstoles para que marcharan y dieran fruto abundante (cf. Io. 15.16). «Ahora, en las líneas siguientes que acaban de ser leídas, habéis oído que añadió: Esto os mando, que os améis mutuamente (ibib,.17), con lo cual debemos entender que éste, y no otro, era el fruto que quería diésemos». Y las palabras intercaladas de que todo lo que pidiereis a mi Padre os lo dará (ibid., 16), no quieren decir sino que pidamos este fruto. 

«Nuestro fruto debe ser, pues, aquella caridad que definió el Apóstol diciendo que procede del corazón puro, de la conciencia buena y de la fe no fingida (1 Tim. 1,5). Por ella nos amamos mutuamente y con ella amamos a Dios. No pretendemos amarnos los unos a los otros, si amamos a Dios, porque todo el que ama a su prójimo como a sí mismo es que ama al Señor, ya que, si no le ama, no podemos pretende: ni aun siquiera que se ame a sí propio». 

2. Cristo nos da ejemplo 

«En estos dos mandamientos del amor se encierran toda la Ley y todos los Profetas (cf. Mt. 22,40), y ellos son nuestro fruto, el fruto que nos manda ahora el Señor cuando nos dice: Esto os mando, que os améis los unos a los otros. Y por ello el apóstol Pablo, cuando describe los frutos del Espíritu, oponiéndolos a las obras de la carne, comienza su enumeración diciendo: Fruto del Espíritu Santo es la caridad, y después deriva de éste, como de su cabeza, todos los otros: gozo, paz, etc. (Gal. 5,22). ¿Quién podría alegrarse santamente sino el que ama el bien? ¿Quién podría disfrutar la paz verdadera sino el que la ama verdaderamente? ¿Quién puede tener longanimidad y ser perseverante en el bien si no lo ama con fervor ?... 

Este amor es el que nos hará sufrir pacientemente los odios del mundo. El Señor, que nos ordena el amor mutuo nos consuela con su ejemplo, añadiendo: Si el mundo os aborrece, sabed que primero me ha odiado a mí (lo 15,18). Miembros del cuerpo, ¿cómo queréis ser más que la. caleza? Si no quieres sufrir el odio del inundo con tu cabeza, te separarás del cuerpo. Si fueseis del mundo, el mundo os ama, porque erais suyos (ibid., 19), y esto lo dice a la Iglesia universal». 

3. Mundo reconciliado con Dios y mundo enemigo de Dios 

A continuación San Agustín explica que la Iglesia y los cristianos pertenecen al inundo, pero al inundo que fué reconciliado con el Padre por Cristo, y so a este otro enemigo de Dios y condenado, al que, sin embargo, nosotros debemos amar. 

«Para entender cómo ese mundo de la perdición, odiador del mundo redimido, puede amarse a sí mismo, hay que darse cuenta de que se ama con falso amor y no con verdadero. Su amor es falso, y su odio cierto, porque el que ama la iniquidad odia su alma (Ps. 10,6). Se ama a sí mismo, pues, el que ama su propia iniquidad, pero en realidad se odia, porque ama aquello que puede hacerle más daño. Odia a su propia naturaleza y ama al vicio; odia lo que Dios hizo de bueno en él, y ama lo que obró malo su libre voluntad. 

4. Se nos prohíbe amar el vicio y se nos manda amar al hombre 

De un modo parecido, a nosotros se nos manda y se nos prohíbe que le amemos. Se nos prohíbe cuando nos dice: No améis al mundo 1o. 2,15), y se nos manda al dársenos aquel precepto: Amad a vuestros enemigos (Lc. 6,27), que no son otros sino el mundo, que nos odia. Y es que no debemos amar en el mundo lo que el mundo ama en sí mismo, sino que debemos amar en él lo que él odia, esto es, la obra de Dios y las diversas facetas de bondad que en el hay. Se nos prohíbe amar el vicio y se nos manda amar al hombre» (cf. tr.87: PL 35,1852). 


b) UN MOTIVO DE CONSUELO: EL EJEMPLO DE CRISTO

«Nuestro Señor, al exhortar a sus siervos para que sufran pacientemente el odio del mundo, no encuentra aliento mejor que el proponerles su ejemplo, como después lo hace el apóstol San Pedro, diciendo: Cristo padeció por nosotros, dejándonos su ejemplo para que sigamos sus huellas... (1 Petr. 2,21). Si os aborrece el mundo, sabed que primero me odió a mí (lo. 15,18). Acabáis de oír en el evangelio: No es el siervo más que su señor (ibid., 20). Sabed que todo esto /o harán por mi nombre, porque no conocen al que me envió a mí». Estas últimas palabras significan que me odiarán a mí en vosotros y se alzarán contra vuestra predicación porque es mía, y que ellos serán tanto más desgraciados al perseguir mi nombre cuanto vosotros seréis felices al padecer persecución por él. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia (Mt. 5,10) (cf. tr.88: PL 35,1854).


e) LA FORTALEZA EN EL ESPÍRITU SANTO: SEGUNDO MOTIVO DE CONSUELO

1. El Espíritu Santo, testigo 

Después de haberles anunciado los sufrimientos que les esperaban y de consolarles con su ejemplo, les anuncia un segundo motivo de dulzura, a saber, la venida del Espíritu Santo sobre ellos, que les convertirá en testigos de Cristo. Así lo hizo, convirtiendo incluso a los que odiaban al Señor, en el momento en que San Pedro comenzó a predicar. «Los que derramaron tan impía y cruelmente aquella sangre preciosa, recibieron el perdón redimidos por lo mismo que derramaron. Tal fué la eficacia de la sangre del Señor al perdonar las culpas, que llegó a borrar hasta la de haberle matado. Este fué el testimonio dado en el fruto que consiguió el Espíritu Santo el día que comenzó a obrar. 1890 

2. Transforma en testigos a los apóstoles

Pero el Espíritu Santo no se limita a ser él el testigo, sino que transforma en testigos a los apóstoles. Y vosotros daréis también testimonio de mí, porque desde el principio estáis conmigo (Io. 15,27). Lo dará el Espíritu Santo y lo daréis vosotros... La caridad que difundirá el Paráclito en vuestros corazones os dará confianza suficiente para que seáis testigos míos». Pedro tembló ante una criadita, pero este amor no puede coexistir con la caridad, porque la caridad expulsa al miedo (1 lo. 4,18). «El que negó a Jesús ante una criada, confesó por tres veces su amor poco después de la resurrección (Io. 21,15). Pero hasta ese amor de Pedro era débil y estrecho mientras no lo robusteciera y ensanchara el Espíritu Santo, que cambió su pecho frío en horno de verdad y fortaleció sus labios para que hablasen a todas las gentes. Leed los Hechos de los Apóstoles, y, si os compadecisteis de Pedro que negaba, admiradle cuando predica y contemplad aquellos labios que de la desconfianza se movieron a la confianza, de la servidumbre a la libertad, de la negación a la confesión. Tal fué el fulgor de la gracia del Espíritu Santo, y tal el poder de una lengua que predicaba la verdad, que una gran multitud de enemigos y asesinos del Señor se convirtieron en cristianos prontos a morir por el que ellos mismos habían matado. «El Espíritu Santo dió testimonio, y, convirtiéndolos en testigos fuertes, quitó el temor a los amigos y mudó en amor el odio de sus enemigos» (cf. tr.92: PL 35,1862). s. No basta el ejemplo y la doctrina del Señor; se necesita la operación del Espíritu Santo Estos son los dos principales motivos de consuelo: el ejemplo del Señor y el testimonio que el Espíritu Santo había de dar al ser convertidos ellos mismos en testigos. Testigo el Espíritu Santo en vuestros corazones, testigos vosotros en la predicación. El inspirando, vosotros hablando, para que así se cumpla lo del Salmo (18,5): En toda la tierra resonó su voz. «De poco hubiera servido que el Señor diera el ejemplo si no los hubiera llenado el Espíritu Santo». El ejemplo lo había dado ya anteriormente, y Pedro había oído ya este sermón que estamos comentando, y, sin embargo, cuando llegó la hora del temor negó al Señor. En cambio, recibido el Espíritu divino, se convirtió en predicador de aquel a quien había negado y anunció públicamente al que había temido confesar. No hasta el ejemplo ni la doctrina; es necesaria la obra del Espíritu Santo dentro de nosotros. 

4. El Señor anunció su ruptura con Israel 

1.° Os echarán de las sinagogas (lo. i6,2). 

¿Qué podían encontrar de malo los apóstoles en ser expulsados de unas sinagogas de las que ellos mismos se separaban? La sinagoga pudo convertirse en Iglesia de Cristo, puesto que los judíos eran el pueblo de Dios, y esta frase nos indica que el Señor anunciaba su ruptura con Israel. Echarían de las sinagogas a los apóstoles porque a quien querían echar era a Cristo (cf. tr.93: PL 35,1864). 

2.° Esto no os lo he dicho desde el principio porque estaba con nosotros (Io. 16,4) 

No es que no se lo hubiera anunciado, sino que no se lo había declarado tan abiertamente y, sobre todo, que no se lo había dicho uniéndolo con el anuncio de la venida del Espíritu Santo robustecedor; pero ahora, que tenía que marcharse, les avisa que les dejará quien les sostenga. Este Espíritu divino infundirá la caridad; con la caridad, la valentía y la ciencia, e incluso el amor, que todo lo sufre y con el cual no les dolería ser expulsados de las sinagogas (cf. tr.94: PL 35,1867).



B) Testimonios cristianos


a) EL TESTIMONIO DE LOS MÁRTIRES Y NUESTRO TESTIMONIO


¿Quién no ha oído hablar de los mártires y qué labio, cristianos no repiten este nombre? Ojalá lo llevemos tan impreso en nuestro corazón, que no los persigamos (con las obras). 

Luego, al decir lo que hemos visto con nuestros ojos.., y lo atestiguamos (1 Io. 1,1 y 3), equivale a: Lo hemos visto y somos mártires. 

Por dar testimonio de lo que vieron, por repetirlo sobre lo que habían oído a los testigos presenciales, desagradando con ello a quienes lo recibían, padecieron los mártires sus tormentos. Testigos de Dios, que quiso tener por tales a los hombres para que los hombres tengan por testigo a Dios (In Epist. lo. ad Part. tr.1,2: PL 35,1979). 

«Lo que vimos y oímos os lo anunciamos a vosotros (ibid., 3). Vieron al Señor humanado, oyeron sus palabras y nos las anunciaron. ¿Somos, pues, menos felices que los que vieron y oyeron personalmente? Entonces, ¿ por qué añade: Para que seáis compañeros nuestros? Ellos vieron; nosotros no, y, sin embargo, somos compañeros, porque compartimos la misma fe... En aquel tiempo permitió que le palparan las manos del hombre el que permite siempre que los ángeles le vean. Palpóle el discípulo y exclamó: Señor mío y Dios mío (1o. 20,28). Palpóle un hombre; confesó ser Dios. Pero el Señor, para consolarnos a los que no podemos abrazarle corporalmente, sino sólo por la fe, nos dice: Bienaventurados los que no ven y creen (Io. 20,29). Nos describe a nosotros, a nosotros nos señala. Hagamos, pues, cierta la felicidad que nos promete. Mantengámonos en la fe de lo que no vemos» (ibid., 3: PL 35,1979). 


b) EL, TESTIMONIO DE LA IGNOMINIA

1. Fortaleza en la ignominia 

«Los hombres juzgaban entonces ignominiosa a la Iglesia. Semejaba ésta una viuda a la que cubrían de oprobio, porque lo era de Cristo, porque llevaba su cruz en la frente. Todavía el ser cristiano no era un honor, sino un delito. Y cuando no era un honor, sino un delito, entonces se levantó el muro del testimonio y mediante él se extendió la caridad de Cristo, y la caridad de Cristo conquistó las gentes. 

¿Te olvidarás de la vergüenza de la juventud y perderás el recuerdo del oprobio de tu viudez?  (Is. 54,4).

Confusa vivió durante algún tiempo la Iglesia, pero ya lo ha olvidado. Ya nadie recuerda su estado de ignominia; todos lo han olvidado. Mío es Manasés, y Efraín es la fortaleza de mi cabeza (Ps. 59,9). Efraín significa  fruto. Mío, dice, es el fruto  es la robustez de la cabeza. Mi  cabeza  es Cristo. Y ¿como  el fructificar le robustece? Porque, si la semilla  no cae  en la tierra, no se multiplica.  

Colgaba Cristo de una cruz entre mil injurias. En el interior estaba el grano con fuerza suficiente para atraerlo todo a Si... (Io. 22,24-32). ¡Oh grano hermoso! Ciertamente pequeño y débil..., pero escucha su fortaleza: Lo pequeño de Dios es más fuerte que los hombres (1 Col. 1, 25). Con razón  dió tantos frutos, y la Iglesia al verlos dice: Míos son. (cf. Enarrat. in: Ps. 59, 9). 

2. La persecución soportada por Dios, testimonio de la vida futura 

«¿No serás tú, ¡oh Dios!, que nos has rechazado; tú que no sales ya con nuestros ejércitos? (Ps. 59,12). ¿No serás tú, el mismo que nos has rechazado, el que nos habrá de conducir? ¿Y por qué nos rechazaste? Quia destruxisti Y ¿por qué nos destruíste? Porque iratus es, et misertus es nostri. Tú guiarás a los que rechazaste y a aquellos en cuya defensa no saliste. ¿ Qué significa el no sales ya con nuestros ejércitos? El mundo se ensañaba, nos aplastaba, íbase levantando la torre del testimonio de la sangre de los mártires, y los paganos repetían: «¿En dónde está su Dios?» Y tú no aparecías para defender nuestra. virtud. No te mostrabas, no lucías tu poder contra ellos...., pero obrabas por dentro. ¿Qué significa el non egredieris? El no mostrarte. Cuando los mártires iban arrastrados entre cadenas, cuando se les encerraba en las cárceles, objeto de burla y pasto de las fieras, heridos por la espada, abrasados por el hierro, todos los despreciaban como a gentes abandonadas y sin ayuda. ¿Cómo obraba Dios entonces? ¿Cómo les consolaba interiormente? ¿ Cómo les endulzaba con la esperanza de la vida futura?... ¿Acaso gemían abandonados porque Dios no se manifestase? ¡ Al contrario! No manifestándose, condujo la Iglesia hasta Idumea. 

Si la Iglesia hubiera querido pelear, parecería luchar por esta tierra; pero despreció esta vida y dió testimonio de la futura» (ibid., 13: 722). 


e) EL TESTIMONIO DE LA MUERTE

«Los mártires fueron mártires, esto es, testigos de esta fe (de la resurrección de Cristo), de la que dieron testimonio ante un mundo inimicísimo y cruelísimo, y al que vencieron no luchando, sino muriendo. Por esta fe murieron los que con su muerte pudieron impetrar el poder de obrar milagros. Fué la paciencia primera, obtenida por la fe, la que abrió el camino para que su poder taumatúrgico se manifestara en pro de la misma» (cf. De civitate Dei XXII : PL 41,771). 

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