COMENTARIO AL EVANGELIO
DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN
En aquél tiempo: María la Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas, para ir a ungirlo. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, llegaron al sepulcro, al salir el sol. Y se decían unas a otras: “¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?”. Y al mirar, vieron que la piedra había ya sido removida, y era en efecto sumamente grande. Y entrando en el sepulcro vieron, sentado a la derecha, a un joven vestido con una larga túnica blanca, y quedaron llenas de estupor. Mas él les dijo: “No tengáis miedo. A Jesús buscáis, el Nazareno crucificado; resucitó, no está aquí. Ved el lugar donde lo habían puesto. Pero id a decir a los discípulos de Él y a Pedro: va delante de vosotros a la Galilea; allí lo veréis, como os dijo”.
Marcos XVI, 1-7
SAN JERÓNIMO
Bajada de Cristo a los infiernos
(Cf. PL 30,215: Ep. 24, o Sermón sobre la resurrección.) Lo transcribimos casi integro, porque, aparte de su sabor dantesco, ha abierto una tradición en la literatura cristiana, de la que es testigo el P. Granada, que lo copia en su Oración y meditación (1.2 c.3 : BAC, Obra selecta 1.3 c.35). Interrumpimos nuestra traducción a partir de las palabras ¿Quién es éste tan terrible? hasta las de en un madero las perdimos, que serán del P. Granada, y no utilizamos toda la de éste por ser el resto demasiado libre.
Migne atribuye el sermón a San Jerónimo y después lo vuelve a colocar entre las obras dudosas de San Agustin (1).
A) Luz en las tinieblas
«Alégrate, ¡ oh cielo!, y llénate de alegría. Este día que amanece desde un sepulcro, brilla para nosotros más que el sol. Tiemble el infierno, que hoy ve desbaratado su poder, pero alégrese también con la visita que recibe. Salte de gozo, porque, iluminado con una luz que desconoció durante tantos siglos, puede hoy respirar en la oscuridad profunda de sus tinieblas. ¡Oh hermosa luz, que reverberaste en un cielo cándido, vistiendo de claridad a los que vacían en las rojizas llamas de los umbrales de la muerte!...
Al descender Cristo a los infiernos brilló de repente aquella eterna noche, enmudecieron los llantos estridentes y cayeron rotas las cadenas de los condenados. Atónitas las mentes estupefactas, tembló aquel ergástulo ante la presencia de Cristo. Los cancerberos de las férreas puertas, deslumbrados en el silencio umbroso, murmuraban ciegos: ¿Quién es esa luz terrible y resplandor de maravilla? ¿Quién es éste tan terrible, tan poderoso y resplandeciente? Nunca tal hombre como éste se vió en nuestro infierno; nunca a estas cuevas tal persona nos envió hasta hoy el mundo. Acometedor es éste, no deudor; quebrantador es, no pecador;
juez parece, no culpado; a pelear viene, no a penar. Decidme: ¿Dónde están nuestros guardas y Porteros, cuando este conquistador rompió nuestras cerraduras y por fuerza entró?
¿Quién será éste, que tanto puede? Si éste fuera culpado, no sería tan osado; y si trajera alguna oscuridad de pecado, no resplandecerían tanto nuestras tinieblas con su luz.
Mas si es Dios, ¿qué tiene que ver con el infierno? Y si es hombre, ¿cómo ha despojado nuestro limbo?
¡Oh cruz, que así has burlado nuestras esperanzas y causado nuestro daño! En un madero alcanzamos toda, nuestras riquezas, y ahora en un madero las perdimos...
¿Habrá sellado algún pacto con nuestro jefe? ¿Habrá conseguido vencerle y por eso llega en tal guisa a nuestro reino? Pero si murió y fué derrotado... ¡De buena burla ha sido objeto nuestro paladín en el mundo, que no consiguió advertir la ruina que nos traía a los infiernos!...
¿Habrá emigrado el sol desde el cielo a estos lugares, puesto que ya no resplandece y, en cambio, el infierno se ilumina? ¿ Qué haremos? ¿Por dónde le atacaremos? Ni podemos defender nuestras duras cárceles ni encontrar centinelas para nuestros antros. Mal nos va, sin poder ni oscurecer tanta luz ni dominar hombre tan valeroso. Peligran nuestras cabezas, tememos por nuestras vidas...
B) Jesús, vencedor sobre el demonio
Cristo entonces, marchando contra los crueles ministros del castigo, castiga con fuerza divina sus escuadrones implacables. los verdugos sin entrañas, rechinando rabiosos sus dientes, y, al entrar el Fortísimo en los fuertes calabozos, son cerrados con cadenas férreas por el que es más fuerte que todos ellos».
«Lo había predicho en la casa de ya el Señor: Nadie puede entrar en la casa de un fuerte y saquearla si primero no ata al fuerte (Mc. 3,27).
Se ha realizado la frase del Apóstol: Al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos (Phil. 2,10).
Caen rotas las cadenas del cautiverio de las almas que, saliendo del tártaro, imploran el reino de los cielos:
Viniste ya, clementísimo Jesús. Socorre y perdona a estos desgraciados. Acalla ahora ¡oh Cristo!, las crueles amenazas y enmudece los gemidos de estos infelices. Redimiste a los vivos con tu cruz, salva a los difuntos can 'tu Muerte... Ya que estás aquí absuelve a los reos, y, mientras subes al cielo, protege a los tuyos... Sólo tú has podido quebrantar la cabeza del dragón, rompiendo también las puertas de bronce y los candados férreos. Abrenos te pedimos, esa puerta. No nos vuelva a faltar la luz piadosa, y, si te tornares a tu cuerpo lleno de majestad, no nos, abandones en el infierno, privados de tu valimiento...
Oídos tales ruegos, puesta en orden la justicia, precipitados los demonios a lo más hondo del piélago, salió en este día nuestro Rey triunfante y coronado, sin dejar de cumplir su oficio de candidato (el candidato al recibir su cargo recibía también el poder de indulto), ya que toda una muchedumbre de santos marchó regocijada con su Príncipe...
Torne, pues, el Triunfador nuevamente vivo al estadio, para que conozca todo el mundo que Cristo ha regresado de los infiernos. Gloríense los creyentes. Aplaudamos todos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario