sábado, 9 de enero de 2021

San Agustín: Hay que Buscar y Encontrar a Dios




COMENTARIO ACERCA DEL EVANGELIO
FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

En aquel tiempo: Siendo Jesús de doce años cumplidos, subieron, según la costumbre de la fiesta a Jerusalén; mas a su regreso, cumplidos los días, se quedó el niño Jesús en la ciudad, sin que sus padres lo advirtiesen. Pensando que Él estaba en la caravana, hicieron una jornada de camino, y lo buscaron entre los parientes y conocidos. Como no lo hallaron, se volvieron a Jerusalén en su busca Y, al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos e interrogándolos; y todos los que lo oían, estaban estupefactos de su inteligencia y de sus respuestas. Al verlo ( sus padres ) quedaron admirados y le dijo su madre: “Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros? Tu padre y yo, te estábamos buscando con angustia”. Les respondió: “¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que conviene que Yo esté en lo de mi Padre?” Pero ellos no comprendieron las palabras que les habló. Y bajó con ellos y volvió a Nazaret, y estaba sometido a ellos, su madre conservaba todas estas palabras ( repasándolas ) en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, como en estatura, y en favor ante Dios y ante los hombres. 
Lucas II, 42-52



SAN AGUSTÏN, 
Obispo y Doctor de la Iglesia


Hay que buscar y encontrar a Dios 

El estilo de San Agustín es muy diferente cuando habla al pueblo y cuando escribe un libro. En el primer caso aparece fácil, brillante y con frecuencia menos metódico. En sus libros, en cambio, se nos presenta profundo, sereno y brillante también, más en la frase que en el párrafo largo. Para el tema de hoy hemos seleccionado algunos trozos de sus libros, que nos harán saborear hondas doctrinas. 


A) Deus quaerendus

a) BÚSQUESE A DIOS AUN DESPUÉS DE ENCONTRADO

Quaerimus inveniendum, quaeramus inventum. Ut inveniendus quaeratur, occultus est; ut inventus quaeratur, immensus est., 

"Oíd la voz del cántico divino: Buscad a Daos y vivirá vuestra alma (Ps. 68,33). Busquemos para encontrarle, sigámosle buscando ya encontrado. Para que le busquemos y le encontremos se oculta; para que le sigarn6s buscando una vez encontrado, es inmenso. Por eso dice en otro lu-gar: Buscad siempre su rostro (Ps. 104,4). En el que le ha encontrado produce una mayor capacidad, para que desee volver a llenarla desde el mismo momento en que se le ha ensanchado..." 

"Marchemos por este camino hasta que lleguemos a Aquel a quien el camino conduce; no nos detengamos nunca hasta que nos lleve a Aquel donde hemos de permanecer. De este modo marcharemos buscando y encontrando, y conseguiremos lo que nos falta... hasta el día en que termine la búsqueda y ya no podamos aprovechar más" (cf. Tract. 63 in loan. Evang.: PL 35,1803). 


b) NO HUYAN LOS MALOS DEL SEÑOR. BÚSQUENLE

"Váyanse y huyan de ti los inquietos pecadores, que tú les ves y distingues sus sombras. Y ved que con ellos hasta son más bellas las cosas, no obstante ser ellos feos... Y ¿adónde huyeron cuando huyeron de tu presencia? Y ¿dónde no los encontrarás tú? Huyeron, sí, por no verte a ti, que les estabas viendo para, cegados, tropezar contigo, que no abandonas ninguna cosa de las que has hecho... Ignoran éstos, en efecto, que tú estás en todas partes, sin que ningún lugar te circunscriba, y que estás presente a todos, aun a aquellos que se alejan de ti. Conviértanse, pues, y búsquente, porque no como ellos abandonaron a su Creador, así abandonas tú a tus criaturas. Conviértanse, y al punto estarás tú allí en sus corazones, en los corazones de los que te confiesan y se arrojan en ti y lloran en tu seno a la vista de sus caminos difíciles, y tú fácilmente enjugarás sus lágrimas; y llorarán aún más y se gozarán en sus llantos, porque eres tú, Señor, y no ningún hombre. Carne y sangre eres tú, Señor, que les hiciste, quien les re-para y consuela. Y ¿dónde estaba yo cuando te buscaba? Tú estabas ciertamente dentro de mí, mas yo me había apartado de mí mismo y no me encontraba. ¿Cuánto menos a ti ?" (Confessiones 1.5 c.2: PL 32,706-707, y BtA.C, Obras de San Agustín t.2 p. 471-473). 


c) DIOS, SUMO BIEN, A QUIEN HAY QUE AMAR Y CONOCER PREVIAMENTE

En el tratado De Trinitate (cf. 1.8 : I'L 42,947 ss ; BAC, t.5 498. 5;;5), San Agustín expone su concepción sobre el bien absoluto conocido en los bienes creados. Prescindiendo de esta parte filosófica. extractaremos le que se refiere a Dios, sumo bien, necesariamente amable. 

Tú, ciertamente, no amas más que lo bueno. Buena es la tierra con todas sus bellezas... "Bueno es esto y bueno aquello; prescinde de los determinativos esto o aquello y contempla el Bien puro si puedes; entonces verás a Dios, Bien imparticipado, Bien de todo bien... Dios se ha de amar, pero no como se ama este o aquel bien, sino como se ama el Bien mismo. Busquemos el bien del alma, no el bien que aletea en la mente y pasa, sino el Bien, al cual se adhiere 'el amor. Y ¿qué bien es éste sino Dios?" No es a criatura alguna, ni siquiera a un ángel, sino al mismo Bien, a quien hay que buscar. “Es necesario  permanecer  cabe El y adherirse a El por amor, si anhelamos  gozar de su presencia porque de El traemos el ser y sin El se desvanece nuestra existencia... Mas ¿quién ama lo que ignora? Se puede conocer una cosa y no amarla; pero pregunto: ¿Es amar lo que se desconoce? Y si esto no es posible, nadie ama a Dios antes de conocerlo. Y ¿qué es conocer a Dios, sino contemplarle y percibirle con la mente con toda firmeza?..." Es, pues, necesario amarle por la fe; de lo contrario no se limpiará el corazón del modo necesario para ver a Dios (Mt. 5,8: Bienaventurados los limpios). "¿Dónde, pues, encontrar las tres virtudes que el artificio de los libros santos tiende a edificar en nuestras almas, la fe la esperanza y la caridad (1 Cor. 13,13), sino en el espíritu del que cree lo que intuye y espera y ama lo que cree?" A este Dios, sumo Bien, se le encuentra por medio de la fe, y la unión se verifica por la esperanza y el amor (ibid., c.3 y 4). 


d) EL VERDADERO AMOR A DIOS

Tócanos ver ahora cuál es el verdadero amor, por el cual nos unimos con Dios. "Consiste el amor verdadero todo vivir justamente adheridos a la verdad y en despreciar lo perecedero, salvando el amor a los hombres, a quienes deseamos vivan en justicia". 

Existiendo dos preceptos de los que pende toda la Ley y los Profetas, a saber, el del amor de Dios y el del amor al prójimo (Mt. 22,3740), las Sagradas Escrituras, con razón, unas veces hablan sólo de uno de ellos y otras de otro, como, por ejemplo, cuando dicen: Sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman (Rom. 8,28); o: El que ama a Dios, ése es conocido por El (1 Cor. 8,3). Otras, en cambio, sólo se refieren al amor del prójimo, como cuando la Sagrada Escritura dice: Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y así cumpliréis la ley de Cristo (Gal. 6,2); y en el Evangelio: Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos, porque ésta es la Ley y los Profetas (Mt. 7,12). "Y mil otros pasajes hallamos en los libros santos, donde parece tan sólo preceptuarse el amor al prójimo silenciándose el amor de Dios; si bien en ambos preceptos consiste es la razón—la Ley y los Profetas. Pero el que ama al prójimo—y esta ama al amor. Dios es caridad y el que vive en caridad permanece en Dios (1 Io. 4,16)...”

Para amar a Dios no se necesita intentar grandes cosas ni parecerse a los ángeles. Es mejor ser ángel devotamente que pretender realizar con soberbia lo que el ángel hace. 

Todo lo demás es salirse a buscar por fuera, abandonando el interior, donde Dios está. El modo más sencillo de amar a Dios es amar al prójimo, y el de amar al prójimo, amar el amor, que es Dios (ibid., c.7). 


B) Condiciones para alcanzar a Dios

a) LOS LIMPIOS ENCONTRARÁN A DIOS

“No puede hallarse a nadie que no guste de ser feliz; y plugiese a Dios que los hombres, pues tanto desean la retribución, no rehusaran el trabajo con que se merece... ¿Quién no acude rápido si le dicen: Vas a, ser feliz? Oiga, empero, también de buen grado la condición: Si esto hicieres... No se rehuya el combate si se ama el premio y apréstese alegremente al trabajo con la ponderación del salario..." Vamos, pues, a oír la palabra divina y a saber cuáles son sus preceptos para conseguir el premio. A continuación empieza a explicar las bienaventuranzas... 

"Bienaventurados los limpios da corazón, porque ellos verán a Dios. Tal es el fin de nuestro amor... ¿Ha de buscar más quien posee a Dios? O ¿qué le puede bastar a quien no le basta Dios? Queremos ver a Dios, nos afanamos en ver a Dios, ardemos por ver a Dios. ¿Quién no? Mas repara en estas palabras: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Adereza, pues, tu corazón, porque, hablando a lo carnal, ¿a qué viene desear la salida del sol con ojos enfermos? Cúrense los ojos, y la luz será alegría; si los ojos no están sanos, la luz les servirá de tormento. No podrás ver sin limpieza de corazón lo que sólo pueden contemplar los de corazón limpio. Serás rechazado, alejado y no lo verás…

¡Cuántas veces ha repetido ya el Señor la palabra bienaventurados! ;Cuántas razones asigné a la bienaventuranza! ;Qué obras y qué salarios, qué méritos y qué premios enumeró ya! Pero ni una sola vez ha dicho: "Ellos verán a Dios..." Hemos llegado a los corazones limpios; a éstos se les promete la vista de Dios; y no sin motivo, porque ahí, en los corazones limpios, están los ojos para ver a Dios..." Con la limpieza de corazón preparamos un templo para Dios, que vendrá a hacer mansión en nosotros; pensad rectamente del Señor y buscadle con sencillez de corazón (Sap. 1,1). Tú mismo, si quieres, serás la sede del Señor..., porque el alma del justo es la sede de la sabiduría (Sap. 1), sede de Dios y templo suyo donde habita. El templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros (1 Cor. 3,17)… "Entre, si te place, ya en tu corazón el Arca de la Alianza y ruede Dagón por el suelo (1 Reg. 5,3). Ahora, pues, escucha y aprende a desear a Dios y a capacitarte para verle. Bienaventurados, dice, los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios". En las bienaventuranzas cada premio va acomodado al trabajo que se pide. A los pobres se les da el reino de los cielos; a los mansos, a quienes todo el mundo arrincona, se les da a poseer la tierra; a los que lloran, el consuelo; a los limpios de corazón, el ver a Dios. Y no es que los demás bienaventurados no vean a Dios, pero no lo ven por ser mansos o humildes, sino porque, además de su mansedumbre, son también limpios de corazón.


b) CÓMO LIMPIAR EL CORAZÓN

¿Cómo limpiaremos el corazón? La Sagrada Escritura lo dice: La fe limpia los corazones (Act. 15,9). Pero, como algunos creen que basta sólo la fe para salvarse, hay que recordarles aquella otra frase: También los demonios creen y tiemblan (Iac. 2,19). Creen, pero no tienen limpio el corazón, porque "se ha de discernir nuestra fe de la fe de los demonios. La nuestra limpia el corazón; la suya lo contrario, hácelos culpables, porque obran mal... Se necesita aquella fe que describe San Pablo diciendo: La fe que obra por el amor (Gal. 5,6). Esta es la fe que nos separa de los demonios y de los hombres viciosos, la fe que obra por el amor y que espera en las promesas de Dios. Nada más exacto, nada más perfecto que esta definición. Hay en ella tres cosas esenciales: tener fe, y fe actuada amor y fe esperanzada en las promesas de Dios". La esperanza es compañera de la fe. Desea lo que no vemos. La caridad perfecciona a aquéllas mediante las obras santas. Hace limpio el corazón para que consiga así ver a Dos (cf. Serm. 53: PL 38,364-372 y BAC, Obras de San Agustín t.7 p.767-779).


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