sábado, 28 de noviembre de 2020

San Roberto Belarmino: La Doble Redención del Hombre



COMENTARIO ACERCA DEL EVANGELIO

DEL DOMINGO I DE ADVIENTO


En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: "Y habrá señales en el sol, la luna y las estrellas y, sobre la tierra, ansiedad de las naciones, a causa de la confusión por el ruido del mar y la agitación (de sus olas). Los hombres desfallecerán de espanto, a causa de la expectación de lo que ha de suceder en el mundo, porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces es cuando verán al Hijo del Hombre viniendo en una nube con gran poder y grande gloria. Mas cuando estas cosas comiencen a ocurrir, erguíos y levantad la cabeza, porque vuestra redención se acerca". Y les dijo una parábola: "Mirad la higuera y los árboles todos: cuando veis que brotan, sabéis por vosotros mismos que ya se viene el verano. Así también, cuando veáis que esto acontece, conoced que el reino de Dios está próximo. En verdad, os lo digo, no pasará la generación esta hasta que todo se haya verificado. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Lucas XXI, 25, 33



SAN ROBERTO BELARMINO


La doble redención del hombre

Tiene varias series de homilías este santo Doctor sobre los evangelios y epístolas, que han sido reunidas por el P. Tromp en la obra Opera oratoria póstuma, editada por la Universidad Gregoriana en 1942. Gran teólogo, aparece en ellas denso de doctrina, investigador del sentido verdadero de los textos y concreto en las aplicaciones morales. 

No son propiamente homilías hechas, sino planes algo extensos. Por esta razón, en vez de copiar los párrafos principales, sintetizaremos toda la homilía en forma de esquema, tomándola de la obra citada. 

De los dos advientos escogemos el dedicado a exponer evangelios y epístolas, en vez de otro dedicado enteramente al misterio de la encarnación y nacimiento. 


A) Sentidos acomodaticio y literal del texto

El pensamiento de esta homilía es de aliento ante la redención total, que se cumplirá el día del juicio: Cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención (Lc. 21,28). 

La frase que desenvolvemos tiene un sentido acomodado por la Iglesia y otro literal, intentado por el evangelista. Ambos proceden del Espíritu Santo, que inspiró a éste y dirige a aquélla. La Iglesia, en efecto, suele escoger para determinadas fiestas textos de un sentido muy congruente con el pensamiento de ese día. 

El sentido acomodado es el de levantar los ánimos, porque se acerca la redención de las almas en la primera venida de Cristo. El literal es la redención de los cuerpos en la segunda venida con la resurrección. 


B) Redención de las almas


a) EL HOMBRE SUJETO A TRES SERVIDUMBRES

El hombre  a consecuencia del pecado, quedó sujeto a tres servidumbres distintas:

1. Sujeto a la ira de Dios.- Lo mismo que el padre  que desheredase a su hijo y lo vendiese  como remero en la galeras, Dios, al ser  ofendido, nos desheredó, quitándonos la naturaleza de hijos suyos por la gracia, dejándonos  en filii irae (Eph, 2,3), y nos  permitió caer en mil pecados. Por eso nos entregó a los deseos  de su corazón… (Ps. 80, 113 y Rom. 1,24).

Castigo terrible el ser objetos de la indignación de un Dios omnipotente. ¿Donde podría alejarme de tu espíritu? ¿ A dónde  huir  de tu presencia? (Ps. 138,7).  Y el de convertir los pecados sucesivos en castigo del primer pecado. Dios los entregó  a su réprobo  sentir, que los lleva  a cometer torpezas (Rom. 1, 28). 

2.. Sujeto al demonio.—El hombre se dejó vencer voluntariamente del demonio, por lo cual Dios permite que éste sea su dueño y le vaya llevando de pecado en pecado hasta parar en el infierno.

Cuando un fuerte bien armado guarda su palacio (Lc. 11, 21). Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera (Io. 12,31). A cuya voluntad están sujetos (2 Tim. 2,26). Tiranía horrible, porque no le es posible al hombre liberarse por sí solo de ella y porque el demonio no puede desear más que nuestro mal. Necedad tremenda de los que se hacen amigos suyos. 

3.. Sujeto al mismo pecado.—Aunque no existieran otros castigos, el mismo estado de pecado lo sería. Supone una mancha en el alma, una ceguera del entendimiento y una aversión de la voluntad, que se aparta de Dios, así como amores y temores desordenados. San Agustín lo explica en sus Confesiones (cf. BAC, t.2 1.1 c.12). San Juan, en el que comete pecado es siervo del pecado (Io. 8,34).

Es servidumbre, porque por las solas fuerzas naturales el hombre no puede salir del estado de pecado, y, mientras esté en él, no tendrán mérito sus obras. Porque el que se ciega en el pecado, no entenderá el bien. La lámpara del cuerpo es el ojo... ; pero si tu ojo estuviere enfermo, todo tu cuerpo.. • (Mt. 6 22-23) Lo mismo que el enfermo o el loco, que viven alegres, y, en cambio, se enfurecen con los médicos que les quieren curar.


b) CRISTO NOS REDIME DE LAS TRES ESCLAVITUDES

1.° De ira de Dio.- Dándole el honor que le es debido. El es la propiciación por vuestros pecados… y por los de todo el mundo (I Io. 2,2), que El, adquirió con su sangre (Act. 20,28); nos compró al Padre , a quién pagó con su obediencia, pero no  para  dejarnos libres del El,  sino para reintegrarnos a su amor y filiación. Redime al que  fue enviado a las galeras por su padre, lo reconcilia  con éste  y el devuelve  el amor y los honores  de hijo.

2.° De la servidumbre del demonio.—De éste nos libró, mediante su derrota, haciéndonos suyos por derecho de guerra (Le. 11,22 y Col. 2,15). Jesucristo fue más tentado del demonio que el mismo Job, puesto que lo fue hasta la muerte. Y, si Satanás consiguió que los hombres desobedecieran a Dios, Cristo, en cambio, permaneció obediente siempre. Por eso mereció que Dios librase de la servidumbre de Satán a los que renaciesen en Cristo. Porque viene el príncipe de este mundo, que en mí no tiene nada (Io. 14,3o). Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera (lo. 12,31). Ahora el demonio está más sujeto que antes, porque reina la cruz, y los hombres de fe no deben temerle. 

3.° Del pecado.—La sangre de Nuestro Señor Jesucristo borra el pecado y merece para nosotros la gracia, que *ilumina, purga, enciende, justifica y libera,. No con plata y oro habéis sido rescatados..., sino con la sangre preciosa... (1 Petr. 1,18-19). Y San Pablo nos amonesta para que, pues el precio de nuestra compra fue tan elevado (I Cor. 6,18-2o), nos libremos de la deshonestidad. Si Jesucristo fue el mercader prudente que pagó con tanto sacrificio una joya, nosotros debemos estar dispuestos a darlo todo, incluso nuestra sangre, antes que perderla. 

4.° Preparémonos a esta venida.—Al conmemorar la primera venida de Cristo, debemos hacerlo como si ahora viniese a nacer verdaderamente. ¿Pues qué, no nace en las almas cuando, al confesarse y verse limpias de sus pecados, reciben los beneficios de la redención? Esta se verificó en otro tiempo, pero a nosotros no se nos aplica totalmente hasta que nos bautizamos o confesamos. 


C) Redención de los cuerpos

Nuestra alma ha sido redimida del todo, y puede vivir sito pecado libremente. Pero el cuerpo está sujeto, por una parte, a enfermedades, muerte y vejámenes del demonio; y por otra, a la concupiscencia, que, si nos obliga a pecar, es muy penosa, y necesita en ocasiones ser sometida con la mortificación. ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Rorn. 7,24). Gemimos dentro de nosotros mismos suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo (ihid., 8,23). Levate capita vestra, quoniam... Entonces, con el cuerpo inmortal y sin tentaciones, seremos completamente redimidos.


D) Consecuencias

Dos clases de hombres: Los que estarán arescetitibus... licite timore, ante la catástrofe final y con el miedo del fin de este mundo. Los habitantes de la celestial Jerusalén, peregrinos aquí en la tierra, erigirán sus cabezas con la bienaventurada esperanza en la venida gloriosa del gran Dios... (Tit. 2,13). 

Son más los que temen me día que los que lo desean. La mayoría quisieran prolongar su vida en este mundo para siempre—viven corno si no se concluyera—, y por lo menos desean dejar su memoria en mármoles y estatuas. Pocos suspiran por el venga a nos tu reino... (Le. 11,2) y por lo de ya me está preparada la corona de la justicia, que me otorgará..., justo juez..., a todos los que aman su venida (2 Tim. 4,8). Parezcámonos a los buenos judíos, que pedían a las nubes que lloviesen lo antes posible al Justo. 

Aunque no percibas las señales de la terminación del mundo, tienes que ver inexorablemente las del fin de tu vida. Lo mismo de anciano que joven. Después de la muerte se celebrará tu juicio particular. Al alma le darán la sentencia definitiva. El cuerpo descansará en paz esperando su premio. Levantad, pues, vuestras cabezas con alegría. Si no lo hacemos es que, además de no ser perfectos, ni siquiera nos damos cuenta de nuestra imperfección. 

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