martes, 30 de mayo de 2023

Dom Gueranger: El Tiempo de Pentecostés





EL TIEMPO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


I

SÍNTESIS HISTÓRICA DEL TIEMPO

DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Carácter de este Período

Después de la solemnidad de Pentecostés y su Octava, la sucesión del año litúrgico nos introduce en un nuevo período, que se diferencia totalmente del que hemos recorrido hasta aquí. Desde el principio del Adviento, que es el preludio de la fiesta de Navidad, hasta el aniversario de la venida del Espíritu Santo, hemos visto manifestarse todo el conjunto de los misterios de nuestra salvación. La serie de tiempos y de solemnidades desarrollaban un drama sublime que nos tenía suspensos y que acaba de terminarse. Con todo eso no hemos llegado aún más que a la mitad del año. Mas esta última parte del tiempo no se halla tampoco desprovista de misterios; pero en lugar de excitar nuestra atención por el interés siempre creciente de. una acción que se encamina hacia su desenlace, la sagrada Liturgia nos va a ofrecer una sucesión casi continua de episodios variados, unos gloriosos, otros emocionantes y que aporta cada uno su elemento especial para el desarrollo de los dogmas de la fe, o el progreso de la misma vida cristiana, hasta que el Ciclo, una vez acabado, termine para hacer sitio a otro, que renovará los mismos sucesos y derramará las mismas gracias sobre el cuerpo místico de Cristo.


Su Duración

Este período del Año Litúrgico, que comprende poco más o menos seis meses, según la fecha de Pascua, siempre ha tenido la actual forma. Pero, aunque no admite sino algunas solemnidades y fiestas destacadas, con todo eso, refléjase en él la influencia del ciclo movible. El número de las semanas que lo componen, puede llegar a veinte y ocho, y bajar hasta veintitrés. El punto de partida está determinado por la fiesta de Pascua, que oscila entre el 22 de marzo y el 25 de abril, y el término es el primer Domingo de Adviento, que abre un nuevo Ciclo, y es siempre el Domingo más próximo a las calendas de Diciembre.


Los Domingos

En la Liturgia romana, los Domingos de que se compone esta serie, se designan con el nombre de Domingos después de Pentecostés. Esta denominación es la más apropiada, como demostraremos en el capítulo guíente, y se basa en los más antiguos Sacramentarios y Antifonarios; pero no se estableció sino progresivamente en las Iglesias que usaban la Liturgia romana. Así el en Comes de Alcuino, que nos remonta al siglo VIII, vemos que la primera serie de estos Domingos, se designa con el nombre de Domingos después de Pentecostés; la segunda se intitula Semanas después de la fiesta de los apóstoles (post Natale Apostolorum); la tercera se llama Semanas después de San Lorenzo (Post Sancti Laurentii); la cuarta se denomina Semanas del séptimo mes (septiembre); la quinta, por fin, lleva la denominación de Semanas después de San Miguel (post Sancti Angelí); esta última serie llega hasta Adviento. Muchos misales de las Iglesias de Occidente presentan, hasta el s. XVI, esas distintas divisiones del Tiempo después de Pentecostés, expresadas de un modo variado según las fiestas de los Santos que servían como de fecha, para las distintas diócesis en esta parte del año. El Misal romano publicado por Pío V, habiéndose extendido sucesivamente en las Iglesias latinas, terminó por restablecer la antigua denominación, y el tiempo del año litúrgico a que hemos llegado, se designa en lo sucesivo con el nombre de Tiempo después de Pentecostés (Post Pentecosten).



II

SIGNIFICADO MÍSTICO DEL TIEMPO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


Objeto de este Período

Para captar bien la intención y el significado de esta estación del Año Litúrgico a que hemos llegado, es necesario recordar toda la serie de misterios que la Iglesia ha celebrado ante nosotros y con nosotros. La celebración de estos misterios no ha sido un vano espectáculo representado ante nuestros ojos. Cada uno ha traído consigo una gracia especial que producía en nuestras almas lo que significaban los ritos de la Liturgia. En Navidad, Cristo nació en nosotros; en el tiempo de Pasión, nos incorporó a sus sufrimientos y satisfacciones; en Pascua, nos comunicó su vida gloriosa; en su Ascensión, nos llevó consigo al cielo; en una palabra, para servirnos de la expresión del Apóstol: "Cristo se ha ido formando en nosotros"

Pero la venida del Espíritu Santo era necesaria para aumentar la luz, para calentar nuestras almas con un fuego permanente, para consolidar y perpetuar la imagen de Cristo. El Paráclito ha descendido y se ha dado a nosotros; quiere residir en nuestras almas y gobernar nuestra vida regenerada. Ahora bien, esta vida, que debe desenvolverse conforme a la de Cristo y con la dirección de su Espíritu, se halla figurada y expresada por el período que la Liturgia designa con 'el nombre de Tiempo después de Pentecostés.


La Iglesia 

Aquí se nos presentan dos cosas dignas de consideración: la Santa Iglesia y el alma cristiana. La Esposa de Cristo, llena del Espíritu divino que se ha derramado en ella y que la anima siempre, avanza en su carrera militante, y debe caminar hasta la segunda venida de su Esposo celestial. Posee los dones de la verdad y de la santidad. Armada con la infalibilidad de la fe y con la autoridad del gobierno, apacienta el rebaño de Cristo, lo mismo en la libertad y en la tranquilidad, que en medio de persecuciones y de pruebas. Su Esposo divino está con Ella, hasta la consumación de los siglos, por su gracia y por la eficacia de sus promesas; posee todos los favores que le ha impartido, y el Espíritu Santo quedará con Ella siempre. Esto expresa esta parte del Año Litúrgico, donde no encontraremos los grandes sucesos que señalaron la preparación y la consumación de la obra divina. En cambio, la Iglesia recoge en él los frutos de santidad y de doctrina que estos misterios han producido y producirán durante su marcha a través de los siglos. Veráse también cómo se preparan y llegan a su tiempo los últimos sucesos que transformarán su vida militante en una vida triunfante en los cielos. Tal es, por lo que concierne a la Iglesia, la significación de la parte del Ciclo Litúrgico en que entramos.


El Alma Cristiana

En cuanto al alma fiel, cuyo destino es como el compendio del de la Iglesia, su curso, durante el período que se abre para ella después de la ñesta de Pentecostés, debe ser análogo al de nuestra madre común. Debe vivir y obrar según el Cristo que se unió con ella en la serie de sus misterios, y según la acción del Espíritu divino que recibió; los episodios que señalen esta nueva fase, aumentarán en ella la luz y la vida. Recogerá en uno los rayos salidos de un mismo centro, y caminando de claridad en claridad ', aspirará a la consumación en Aquel que ya conoce y en cuya posesión ha de ponerla la muerte. Mas, si el Señor no cree aun oportuno llamarla a Sí, comenzará un nuevo Ciclo y volverá a pasar por los elementos que experimentó en la primera mitad del Año Litúrgico; después de lo cual se encontrará de nuevo en el período que se desarrolla bajo la dirección del Espíritu Santo; por fin, el Señor la llamará el día y la hora que tiene señalado desde toda la eternidad.

Entre la Iglesia y el alma cristiana, durante el intervalo que se extiende desde la primera fiesta de Pentecostés hasta la consumación, hay esta diferencia: que la Iglesia le recorrerá una sola vez, mientras que el alma cristiana le vuelve a encontrar cada año a su tiempo. Fuera de esta diferencia la analogía es completa. Debemos, pues, alabar a Dios que viene en socorro de nuestra debilidad, renovando en nosotros sucesivamente, en la Liturgia, los auxilios por los que alcanzaremos el fin al que fuimos destinados.


La Enseñanza de la Escritura

La Iglesia ha dispuesto la lectura de los libros de la Sagrada Escritura durante el período actual, para expresar todo lo que se obra en su curso, ya en la misma Iglesia, ya en el alma cristiana. Desde el primer Domingo de Pentecostés hasta el mes de Agosto, nos instruye con la lectura de los cuatro libros de los Reyes. Son el resumen de los anales de la Iglesia. En ellos se ve la monarquía de Israel inaugurada por David, figura de Cristo victorioso en los combates, y por Salomón, el Rey pacífico, que levanta el templo para gloria de Dios. El mal lucha contra el bien durante esta travesía de los siglos. Hay grandes y santos reyes como Asá, Ezequías, Josías, y reyes ínfleles como Manases. El cisma se declara en Samaría, y las. naciones Ínfleles reúnen sus fuerzas contra la Ciudad de Dios. El pueblo santo, sordo con mucha frecuencia a la voz de los profetas, se entrega al culto de los dioses falsos y a los vicios de la gentilidad, y la justicia de Dios destruye en una ruina común al pueblo y a la ciudad infiel. Es imagen de la destrucción de este mundo, cuando de tal suerte faltara la fe, que el Hijo del Hombre, en su segunda venida, apenas encontrará rastro de ella.

En el mes de Agosto, leemos los libros Sapienciales, llamados así porque contienen las enseñanzas de la Sabiduría divina. Esta Sabiduría es el Verbo de Dios, que se manifiesta a los hombres por la enseñanza de la Iglesia hecha infalible en la verdad, gracias a la asistencia del Espíritu Santo, que mora en ella de un modo permanente.

La verdad sobrenatural produce la santidad, que no podría subsistir ni fructificar sin ella. A fin de expresar este lazo que existe entre una y otra, la Iglesia lee en el mes de Septiembre los libros llamados hagiógrafos, de Tobías, Judit, Ester y Job, en los que se ve a la Sabiduría en acción.

Como la Iglesia, al fin de su permanencia en este mundo, debe verse sometida a violentos combates, se leen, en el mes de Octubre los libros de los Macabeos, en que se narran el valor y la generosidad de los defensores de la Ley, que sucumbieron con gloria, como sucederá en los •últimos tiempos, cuando se dé a la bestia la potestad de declarar la guerra a los santos y de vencerlos.

En el mes de Noviembre se leen los Profetas, anunciadores de los juicios de Dios, que se dispone a acabar con el mundo. Pasan sucesivamente: Ezequiel, Daniel y los Profetas menores, de los que la mayoría anuncian las venganzas divinas, y los últimos proclaman, al mismo tiempo, la próxima venida del Hijo de Dios.

Tal es el significado místico del tiempo después de Pentecostés. Se completa con el uso del color verde en las vestiduras sagradas. Este color expresa la esperanza de la Esposa, que sabe que su destino ha sido confiado por el Esposo al Espíritu Santo, con cuya dirección va realizando su peregrinación con toda seguridad. San Juan expresa todo ello con una sola frase: "El Espíritu y la Esposa dicen: Ven".



III
PRÁCTICA DEL TIEMPO DESPUÉS
DE PENTECOSTÉS


Objeto del Año Litúrgico

El objeto de la Iglesia en el año Litúrgico es conducir al alma cristiana a la unión con Cristo por medio del Espíritu Santo. Este es el fin que el mismo Dios se propuso al darnos a su Hijo para que fuese nuestro mediador, nuestro doctor y nuestro redentor, y al enviarnos al Espíritu Santo para que more con nosotros. Tal es el fin al que tiende todo el conjunto de ritos y oraciones que hemos seguido, y que no es sólo la conmemoración de los misterios que la bondad divina hizo por nuestra salvación, sino que lleva consigo las gracias correspondientes a cada uno de esos misterios, para que lleguemos, como dice el Apóstol, "a la edad de la plenitud de Cristo".

La participación en los misterios de Cristo obra en el alma cristiana lo que la teología mística llama "Vía iluminativa", en que el alma es iluminada cada vez más con la luz del Verbo encarnado, que, con sus ejemplos y enseñanzas, la renueva en todas sus potencias, y la acostumbra a tener siempre las miras de Dios en todo. Esta preparación la dispone a su unión con Dios, no sólo de un modo imperfecto y más o menos estable, sino de un modo íntimo y permanente que se llama "Vida unitiva". Esta vida es la obra propia del Espíritu Santo, que fué enviado al alma para mantenerla en posesión de Cristo y desarrollar en ella el amor por el que se une con Dios.


Las Fiestas del Tiempo después de Pentecostés

En este estado, el alma está preparada para gustar y asimilar todo lo que los numerosos episodios del Tiempo después de Pentecostés ofrecen de sustancial y de nutritivo. El misterio de la Santísima Trinidad, el del Santísimo Sacramento, la misericordia y el poder del Corazón de Jesús, las grandezas de María y su acción sobre la Iglesia y sobre las almas, se la manifiestan con más plenitud, produciendo en ella nuevos efectos. Percibe más íntimamente en las fiestas de los Santos, tan variadas y tan ricas en este tiempo, el lazo que la une a ellas en Jesucristo por el Espíritu Santo. La felicidad eterna, a la que esta vida de prueba debe ceder su lugar, se revela en ella en la fiesta de Todos los Santos y recibe en mayor grado la esencia de esta dicha misteriosa que consiste en la luz y en el amor. Unida cada día más estrechamente con la Iglesia, sigue todas las fases de su existencia en la duración de los tiempos, toma parte en sus sufrimientos, participa de sus triunfos, ve sin desmayos inclinarse este mundo a su ocaso; porque sabe que el Señor está cerca. Por lo que toca a ella misma, siente que su vida corporal se apaga lentamente, que el muro que la aisla aún de la vista y de la posesión inmutable del Sumo Bien, se derrumba poco a poco; porque ya no vive en este mundo en que está, y su corazón ya se ha vuelto hacia donde está su tesoro.

Así iluminada, así atraída, así fija por la incorporación de los misterios, por medio de los cuales la Liturgia la ha alimentado y por los dones que el Espíritu Santo ha infundido en ella, el alma se entrega sin resistencia al soplo de este divino motor. El bien se le hace tanto más fácil cuanto, como de sí misma, aspira a lo más perfecto; el sacrificio, que la asustaba antes, la atrae ahora; usa de este mundo como si no lo usase2, porque las verdaderas realidades para ella están fuera de este mundo; en fin, aspira tanto más a la posesión imperecedera de lo que S. Mateo, VI, 21. 2 I Cor., VII, 31. PRACTICA 17 ama, cuanto ya desde esta vida, como lo enseña el Apóstol, por lo mismo que se une de corazón a Dios, se hace un espíritu con Él.


La Renovación Anual de la Liturgia

Tal es el resultado que está destinada a producir en el alma la influencia suave y segura de la Liturgia. Y si, después de haber seguido las fases sucesivas, nos parece que este estado de desprendimiento y de aspiración no es aún el nuestro, y que la vida de Cristo no ha absorbido aún en nosotros la vida personal, guardémonos de desalentarnos. El Ciclo de la Liturgia, con sus rayos de luz y sus gracias que derrama en las almas, no aparece una vez sólo en el cielo de la Santa Iglesia; cada año ve que se renueva. Tal es la intención del que "amó tanto al mundo que le dió su Hijo único", del que "vino no a juzgar al mundo, sino a salvarle": intención con la cual la Iglesia se conforma, poniendo sin cesar a nuestra disposición, con su providencia maternal, el más poderoso de los medios para llevar el hombre a Dios y para unirle con El. El cristiano a quien la primera mitad del Ciclo no ha conducido aún al término que acabamos de exponer, encontrará en la segunda preciosos recursos para desarrollar su fe y acrecentar su amor. El Espíritu Santo, que reina más particularmente sobre esta parte del año, no dejará de obrar sobre su inteligencia y sobre su corazón; y, cuando un nuevo ciclo litúrgico se abra, la obra esbozada ya por la gracia, podrá recibir el complemento que la debilidad humana había suspendido.


domingo, 28 de mayo de 2023

Sermón Domingo de Pentecostés

Sermón

R. P. Carlos Dos Santos


Sermón

S.E.R. Pío Espina Leupold


Lección

Al cumplirse el día de Pentecostés, se hallaban todos juntos en el mismo lugar, cuando de repente sobrevino del cielo un ruido como de viento que soplaba con ímpetu, y llenó toda la casa donde estaban sentados. Y se les aparecieron lenguas divididas, como de fuego, posándose sobre cada uno de ellos. Todos fueron entonces llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, tal como el Espíritu les daba que hablasen. Habitaban en Jerusalén judíos, hombres piadosos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse ese ruido, acudieron muchas gentes y quedaron confundidas, por cuanto cada uno los oía hablar en su propio idioma. Se pasmaban, pues, todos, y se asombraban diciéndose: “Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo es, pues, que los oímos cada uno en nuestra propia lengua en que hemos nacido?. Partos, medos, elamitas y los que habitan la Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y el Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las partes de la Libia por la región de Cirene, y los romanos que viven aquí, así judíos como prosélitos, cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”.

Hechos II, 1-11


Evangelio

En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y en él haremos morada. El que, no me ama no guardará mis palabras; y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió”. “Os he dicho estas cosas durante mi permanencia con vosotros. Pero el intercesor, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, Él os lo enseñará todo, y os recordará todo lo que Yo os he dicho. Os dejo la paz, os doy la paz mía; no os doy Yo como da el mundo. No se turbe vuestro corazón, ni se amedrente. Acabáis de oírme decir: «Me voy y volveré a vosotros». Si me amaseis, os alegraríais de que voy al Padre, porque el Padre es más grande que Yo. Os lo he dicho, pues, antes que acontezca, para que cuando esto se verifique, creáis. Ya no hablaré mucho con vosotros, porque viene el príncipe del mundo. No es que tenga derecho contra Mí, pero es para que el mundo conozca que Yo amo al Padre, y que obro según el mandato que me dio el Padre. Levantaos, vamos de aquí”.

Juan XIV, 23-31

viernes, 26 de mayo de 2023

Dom Gueranger: Santo Día de Pentecostés

  


SANTO DÍA DE PENTECOSTÉS

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


LA VENIDA DEL ESPIRITU SANTO

El gran día que consuma la obra divina en el género humano ha brillado por fin sobre el mundo. "El día de Pentecostés—como dice San Lucas—se ha cumplido" '. Desde Pascua hemos visto deslizarse siete semanas; he aquí el día que le sigue y hace el número misterioso de cincuenta. Este día es Domingo, consagrado al recuerdo de la creación de la luz y la Resurrección de Cristo; le va a ser impuesto su último carácter, y por él vamos a recibir "la plenitud de Dios".


PENTECOSTÉS JUDÍA

En el reino de las figuras, el Señor marcó ya la gloria del quincuagésimo día. Israel había tenido, bajo los auspicios del Cordero Pascual, su paso a través de las aguas del mar Rojo. Siete semanas se pasaron en ese desierto que debía conducir a la tierra de Promisión, y el día que sigue a las siete semanas fué aquel en que quedó sellada la alianza entre Dios y su pueblo. Pentecostés (día cincuenta) fué marcado por la promulgación de los diez mandamientos de la ley divina, y este gran recuerdo quedó en Israel con la conmemoración anual de tal acontecimiento. Pero así como la Pascua, también Pentecostés era profético: debía haber un segundo Pentecostés para todos los pueblos, como hubo una segunda Pascua para el rescate del género humano. Para el Hijo de Dios, vencedor de la muerte, la Pascua con todos sus triunfos; y para el Espíritu Santo, Pentecostés, que le vió entrar como legislador en el mundo puesto en adelante bajo la ley.


PENTECOSTÉS CRISTIANA

Pero ¡qué diferencia entre las dos fiestas de Pentecostés! La primera, sobre los riscos salvajes de Arabia, entre truenos y relámpagos, intimando una ley grabada en dos tablas de piedra; la segunda en Jerusalén, sobre la cual no ha caído aún la maldición, porque hasta ahora contiene las primicias del pueblo nuevo sobre el que debe ejercer su imperio el Espíritu de amor. En este segundo Pentecostés, el cielo no se ensombrece, no se oyen los estampidos de los rayos; los corazones de los hombres no están petrificados de espanto como a la falda del Sinaí; sino que laten bajo la impresión del arrepentimiento y acción de gracias. Se ha apoderado de ellos un fuego divino y este fuego abrasará la tierra entera. Jesús había dicho: "He venido a traer fuego a la tierra y ¡qué quiero sino que se encienda!" Ha llegado la hora, y el que en Dios es Amor, la llama eterna e increada, desciende del cielo para cumplir la intención misericordiosa del Emmanuel.

En este momento en que el recogimiento reina en el Cenáculo, Jerusalén está llena de peregrinos, llegados de todas las regiones de la gentilidad, y algo extraño agita a estos hombres hasta el fondo de su corazón. Son judíos venidos para la fiesta de Pascua y de Pentecostés, de todos los lugares donde Israel ha ido a establecer sus sinagogas. Asia, Africa, Roma incluso, suministran todo este contingente. Mezclados con los judíos de pura raza, se ve a paganos a quienes cierto movimiento de piedad ha llevado a abrazar la ley de Moisés y sus prácticas; se les llama Prosélitos. Este pueblo móvil que ha de dispensarse dentro de pocos dias, y a quienes ha traído a Jerusalén sólo el deseo de cumplir la ley, representa,- por la diversidad de idiomas, la confusión de Babel; pero los que le componen están menos influenciados de orgullo y de prejuicios que los habitantes de Judea. Advenedizos de ayer, no han conocido ni rechazado como estos últimos al Mesías, ni han blasfemado de sus obras, que daban testimonio de él. Si han gritado ante Pilatos con los otros judíos para pedir que el Justo sea crucificado, fué porque fueron arrastrados por el ascendiente de los sacerdotes y magistrados de esta Jerusalén, hacia la cual les había conducido su piedad y docilidad a la ley.


EL SOPLO DEL ESPÍRITU SANTO

Pero ha llegado la hora, la hora de Tercia, la hora predestinada por toda la eternidad, y el designio de las tres divinas personas, concebido y determinado antes de todos los tiempos, se declara y se cumple. Del mismo modo que el Padre envió a este mundo, a la hora de medianoche, para encarnarse en el seno de María a su propio Hijo, a quien engendra eternamente: así el Padre y el Hijo envían a esta hora de Tercia sobre la Tierra el Espíritu Santo que procede de los dos, para cumplir en ella, hasta el fin de los tiempos, la misión de formar a la Iglesia esposa y dominio de Cristo, de asistirla y mantenerla y de salvar y santificar las almas.

De repente se oye un viento violento que venia del cielo; rugió fuera y llenó el Cenáculo con su soplo poderoso. Fuera congrega al rededor del edificio que está puesto en la montaña de Sión una turba de habitantes de Jerusalén y extranjeros; dentro, lo conmueve todo, agita a los ciento veinte discípulos del Salvador y muestra que nada le puede resistir. Jesús había dicho de él: "Es un viento que sopla donde quiere y vosotros escucháis resonar su voz"; poder invisible que conmueve hasta los abismos, en las profundidades del mar, y lanza las olas hasta las nubes. En adelante este viento recorrerá la tierra en todos los sentidos, y nada puede sustraerse a su dominio.


LAS LENGUAS DE FUEGO

Sin embargo, la santa asamblea que estaba completamente absorta en el éxtasis de la espera, conservó la misma actitud. Pasiva al esfuerzo del divino enviado, se abandona a él. Pero el soplo no ha sido más que una preparación para los que están dentro del Cenáculo, y a la vez una llamada para los de fuera. De pronto una lluvia silenciosa se extiende por el interior del edificio, lluvia de fuego, dice la Santa Iglesia, "que arde sin quemar, que luce sin consumir"; unas llamas en forma de lenguas de fuego se colocan sobre la cabeza de cada uno de los ciento veinte discípulos. Es el Espíritu divino que toma posesión de la asamblea en cada uno de sus miembros. La Iglesia ya no está sólo en María; está también en los ciento veinte discípulos. Todos ahora son del Espíritu Santo que ha descendido sobre ellos; se ha comenzado su reino, se ha proclamado y se preparan nuevas conquistas.

Pero admiremos el símbolo con que se obra esta revolución. El que no ha mucho se mostró en el Jordán en la hermosa forma de una paloma aparece ahora en la de fuego. En la esencia divina él es amor; pero el amor no consiste sólo en la dulzura y la ternura, sino que es ardiente como el fuego. Ahora, pues, que el mundo está entregado al Espíritu Santo es necesario que arda, y este incendio no se apagará nunca. ¿Y por qué la forma de lenguas, sino porque la palabra será el medio de propaganda de este incendio divino? Estos ciento veinte discípulos hablarán del Hijo de Dios, hecho hombre y Redentor de todos, del Espíritu Santo que remueve las almas y del Padre celestial que las ama y las adopta; y su palabra será acogida por un gran número. Todos los que la reciban estarán unidos en una misma fe, y la reunión que formen se llamará Iglesia católica, universal, difundida por todos los tiempos y por todos los lugares. Jesús había dicho: "Id, enseñad a todas las naciones." El Espíritu trae del cielo a la tierra la lengua que hará resonar esta palabra y el amor de Dios y de los hombres que la ha de inspirar. Esta lengua y este amor se han difundido en los hombres, y con la ayuda del Espíritu, estos mismos hombres la transmitirán a otros hasta el fin de los siglos.


DON DE LENGUAS

Sin embargo de eso, parece que un obstáculo sale al paso a esta misión. Desde Babel el lenguaje humano se ha dividido y la palabra de un pueblo no se entiende en el otro. ¿Cómo, pues, la palabra puede ser instrumento de conquista de tantas naciones y cómo puede reunir en una familia tantas razas que se desconocen? No temáis: el Espíritu omnipotente ya lo ha previsto. En esa embriaguez sagrada que inspira a los ciento veinte discípulos les ha conferido el don de entender toda lengua y de hacerse entender ellos mismos. En este mismo instante, en un transporte sublime, tratan de hablar todos los idiomas de la tierra, y la lengua, como su oído, no sólo se prestan sin esfuerzo, sino con deleite a esta plenitud de la palabra que va a establecer de nuevo la comunión de los hombres entre sí. El Espíritu de amor hizo cesar en un momento la separación de Babel, y la fraternidad primitiva reaparece con la unidad de idioma.

¡Cuán hermosa apareces, Iglesia de Dios, al hacerte sensible por la acción divina del Espíritu Santo que obra en ti ilimitadamente! Tú nos recuerdas el magnífico espectáculo que ofrecía la tierra cuando el linaje humano no hablaba más que una sola lengua. Pero esta maravilla no se limitará al día de Pentecostés, ni se reducirá a la vida de aquellos en quienes aparece en este momento. Después de la predicación de los Apóstoles se irá extinguiendo, por no ser necesaria, la forma primera del prodigio; pero tú no cesarás de hablar todas las lenguas hasta el fin de los siglos, porque no te verás limitada a los confines de una sola nación, sino que habitarás todo el mundo. En todas partes se oirá confesar, una misma fe en las diversas lenguas de cada nación, y de este modo el milagro de Pentecostés, renovado y transformado, te acompañará hasta el fin de los siglos y será una de tus características principales. Por esto, San Agustín, hablando a los fieles, dice estas admirables palabras: "La Iglesia, extendida por todos los pueblos, habla todas las lenguas. ¿Qué es la Iglesia sino el cuerpo de Jesucristo? En este cuerpo cada uno de vosotros es un miembro. Si, pues, formáis parte de un miembro que habla todas las lenguas, vosotros también podéis consideraros como participantes en este don"'. Durante los siglos de fe, la Iglesia, única fuente del verdadero progreso de la humanidad, hizo aún más: llegó a reunir en una sola lengua los pueblos que había conquistado. La lengua latina fué durante largo tiempo el lazo de unión del mundo civilizado. A pesar de las distancias, se la podían confiar todas las relaciones existentes entre los diversos pueblos, las comunicaciones de la ciencia y aun los negocios de los particulares ; nadie de los que hablaban esta lengua se consideraba extranjero en todo el Occidente. La herejía del siglo xvi emancipó a las naciones de este bien como de tantos otros, Europa, dividida durante largo tiempo, busca, sin encontrarlo, este centro común que únicamente la Iglesia y su lengua podían ofrecerle. Pero volvamos al Cenáculo, cuyas puertas aún no se han abierto, y contemplemos de nuevo las maravillas que en él hace el Espíritu de Dios.


MARÍA EN EL CENÁCULO

Nuestra mirada se dirige instintivamente hacia María, ahora más que nunca, "la llena de gracia". Podría parecer que después de los dones inmensos prodigados en su concepción inmaculada, después de los tesoros de santidad que derramó en ella la presencia del Verbo encarnado durante los nueve meses que le llevó en su seno, después de los socorros especiales que recibió para obrar y sufrir unida a su Hijo en la obra de la Redención, después de los favores con que Jesús la enriqueció, después de la gloria de la Resurrección, el cielo había agotado la medida de los dones con que podía enriquecer a una simple creatura, por elevada que estuviese en los planes eternos de Dios.

Todo lo contrario. Una nueva misión comienza ahora para María: en este momento nace de ella la Iglesia; María acaba de dar a luz a la Esposa de su Hijo y nuevas obligaciones la reclaman. Jesús solo ha partido para el cielo; la ha dejado sobre la tierra para que inunde con sus cuidados maternales este su tierno fruto. ¡Qué emocionante y qué gloriosa es la infancia de nuestra amada Iglesia, recibida en los brazos de María, alimentada por ella, sostenida por ella desde los primeros pasos de su carrera en este mundo! Necesita, pues, la nueva Eva la verdadera "Madre de los vivientes", un nuevo aumento de gracias para responder a esta misión; por eso es el objeto primario de los favores del Espíritu Santo.

El fué quien la fecundó en otro tiempo para que fuese la madre del Hijo de Dios; en este momento la hace Madre de los cristianos. "El río de la gracia, como dice David, inunda con sus aguas a esta Ciudad de Dios que la recibe con regocijo" '; el Espíritu de amor cumple hoy el Oráculo de Cristo al morir sobre la Cruz. Había dicho señalando al hombre: "Mujer, he ahí a tu Hijo"; ha llegado el tiempo y María ha recibido con una plenitud maravillosa esta gracia maternal que comienza a ejercer desde hoy y que la acompañará aún sobre su trono de reina hasta que la Iglesia se haya desarrollado suficientemente y ella pueda abandonar esta tierra, subir al cielo y ceñir la diadema esperada.

Contemplemos la nueva belleza que aparece en el rostro de quien el Señor ha dotado de una segunda maternidad: esta belleza es la obra maestra que realiza en este día el Espíritu Santo. Un fuego celeste abrasa a María y un nuevo amor se enciende en su corazón: se halla por entero ocupada en la misión para la cual ha quedado sobre la tierra. La gracia apostólica ha descendido sobre ella. La lengua de fuego que ha recibido no hablará en predicaciones públicas; pero hablará a los apóstoles, les guiará y les consolará en sus fatigas. Se expresará con tanta dulzura como fuerza al oído de los fieles que sentirán una atracción irresistible hacia aquella a quien el Señor ha colmado de sus gracias. Como una leche generosa, dará a los primeros fieles de la Iglesia la fortaleza que les hará triunfar en los asaltos del enemigo, y arrancándose de su lado, irá Esteban a abrir la noble carrera de los mártires.


LOS APÓSTOLES

Consideremos ahora al colegio apostólico. ¿Qué ha sucedido después de la venida del Espíritu Santo a estos hombres a quienes encontrábamos ya tan diferentes de sí mismos después de las relaciones tenidas durante cuarenta días con su Maestro? ¿No sentís que han sido transformados, que un ardor divino les arrebata y que dentro de breves instantes se lanzarán a la conquista del mundo? Y a se ha cumplido en ellos todo lo que les había anunciado su Maestro; realmente, ha descendido sobre ellos el poder del Altísimo a armarlos para el combate. ¿Dónde están los que temblaban ante los enemigos de Jesús, los que dudaban en su resurrección? La verdad que les ha predicado su maestro aparece clara a su inteligencia; ven todo, comprenden todo. El Espíritu Santo les ha infundido la fe en el grado más sublime y arden en deseos de derramar esta fe por el mundo entero. Lejos de temer, en adelante están dispuestos a afrontar todos los peligros predicando a todas las naciones el nombre y la gloria de Cristo, como él se lo había mandado.


LOS DISCÍPULOS

En segundo plano aparecen los discípulos, menos favorecidos en esta visita que los doce príncipes del colegio apostólico, pero inflamados como ellos del mismo fuego: también ellos se lanzarán a conquistar el mundo y fundarán numerosas cristiandades. El grupo de las santas mujeres también ha sentido la venida de Dios manifestada bajo la forma de fuego. El amor que las detuvo al pie de la cruz de Jesús y que las condujo las primeras al sepulcro la mañana de Pascua, ha aumentado con nuevo fervor. La lengua de fuego que se ha posado sobre ellas las hará elocuentes para hablar de su Maestro a los judíos y gentiles.


LOS JUDÍOS

La turba de los judíos que oyó el ruido que anunciaba la venida del Espíritu Santo se reunió ante el Cenáculo. El mismo Espíritu que obra en lo íntimo de la conciencia tan maravillosamente les obliga a rodear esta casa que contiene en sus muros a la Iglesia que acaba de nacer. Resuenan sus clamores y pronto el celo de los apóstoles no puede contenerse en tan estrechos límites. En un momento el colegio apostólico se lanza a la puerta del Cenáculo para poderse comunicar con una multitud ansiosa por conocer el nuevo prodigio que acaba de hacer el Dios de Israel.

Pero he aquí que esa multitud compuesta de gente de todas las nacionalidades que espera oír hablar a galileos se queda estupefacta. No han hecho más que expresarse en palabras inarticuladas y confusas y cada uno les oye hablar en su propio idioma. El símbolo de la unidad aparece ahora en toda su magnificencia. La Iglesia cristiana se ha manifestado a todas las naciones representdas en esta multitud. Esta Iglesia será una; porque Dios ha roto las barreras que en otro tiempo puso, en su justicia, para separar a las naciones. He aquí los mensajeros de Cristo; están dispuestos para ir a predicar el evangelio por todo el mundo.

Entre los de la turba hay algunos que, insensibles al prodigio, se escandalizan de la embriaguez divina que ven en los Apóstoles: "Estos hombres, dicen, se han saturado de vino." Tal es el lenguaje del racionalismo que todo lo quiere explicar a las luces de la razón humana. Con todo eso los pretendidos embriagados de hoy verán postrados a sus pies a todos los pueblos del mundo, y con su embriaguez comunicarán a todas las razas del linaje humano el Espíritu que ellos poseen. Los Apóstoles creen llegado el momento; hay que proclamar el nuevo Pentecostés en el día aniversario del primero. ¿Pero quién será el Moisés que proclame la ley de la misericordia y del amor que reemplaza la ley de la justicia y del temor? El divino Emmanuel ya antes de subir al cielo le había designado: será Pedro, el fundamento de la Iglesia. Y a es hora de que toda esa multitud le vea y le escuche; va a formarse el rebaño, pero es necesario que se muestre el pastor. Escuchemos al Espíritu Santo, que va a expresarse por su principal instrumento, en presencia de esta multitud asombrada y silenciosa; todas las palabras que profiere el Apóstol, aunque habla solamente una lengua, la escuchan sus oyentes de cualquier idioma o país que sean. Solamente este discurso es una prueba inequívoca de la verdad y divinidad de la nueva ley.


EL DISCURSO DE PEDRO

"Varones judíos, exclamó, y habitantes todos de Jerusalén, oíd y prestad atención a mis palabras. No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues es la hora de Tercia, y esto es lo que predijo el profeta Joél: " Y sucederá en los últimos días, dice, el Señor, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, y vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu y profetizarán." Varones israelitas, escuchad estas palabras: Jesús de Nazaret, varón probado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por El en medio de vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, entregado según los designios de la presciencia de Dios, le alzasteis en la cruz y le disteis muerte por mano de infieles. Pero Dios, rotas las ataduras de la muerte, le resucitó, por cuanto no era posible que fuese dominado por ella, pues David dice de El: "Mi carne reposará en la esperanza, porque no permitirás que tu Santo experimente la corrupción del sepulcro." David no hablaba de sí propio, puesto que murió y su sepulcro permanece aún entre nosotros; anunciaba la resurrección de Cristo, el cual no ha quedado en el sepulcro ni su carne ha conocido la corrupción. A este Jesús le resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado a la diestra de Dios y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo derramó sobre toda la tierra, como vosotros mismos veis y oís. Tened, pues, por cierto hijos de Israel que Dios le ha hecho Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado"'.

Así concluyó la promulgación de la nueva ley por boca del nuevo Moisés. ¿No habrían de recibir las gentes el don inestimable de este segundo Pentecostés, que disipaba las sombras del antiguo y que realizaba en este gran dia las divinas realidades? Dios se revelaba y, como siempre, lo hacía con un milagro. Pedro recuerda los prodigios con que Jesús daba testimonio de sí mismo, de los cuales no hizo caso la Sinagoga. Anuncia la venida del Espíritu Santo, y como prueba alega el prodigio inaudito que sus oyentes tienen ante sus ojos, en el don de lenguas concedido a todos los habitantes del Cenáculo.


LAS PRIMERAS CONVERSIONES

El Espíritu Santo que se cernía sobre la multitud continúa su obra, fecundando con su acción divina el corazón de aquellos predestinados. La fe nace y se desarrolla en un momento en estos discípulos del Sinaí que se habían reunido de todos los rincones del mundo para una Pascua y un Pentecostés que en adelante serán estériles. Llenos de miedo y de dolor por haber pedido la muerte del Justo, cuya resurrección y ascensión acaban de confesar, estos judíos de todo el mundo exclaman ante Pedro y sus compañeros: "Hermanos, ¿Qué debemos hacer?" ¡Admirable disposición para recibir la fe!: el deseo de creer y la resolución firme de conformar sus obras con lo que crean. Pedro continúa su discurso: "Haced penitencia, les dice, y bautizaos todos en el nombre de Jesucristo, y también vosotros participaréis de los dones del Espíritu Santo. A vosotros se os hizo la promesa y también a los gentiles; en una palabra: a todos aquellos a quienes llama el Señor."

Con cada una de las palabras del nuevo Moisés se va borrando el antiguo Pentecostés, y el Pentecostés cristiano brilla cada vez con una luz más espléndida. El reino del Espíritu Santo se ha inaugurado en Jerusalén ante el templo que está condenado a derrumbarse sobre sí mismo. Pedro habló más; pero el libro de los Hechos no recoge más que estas palabras que resonaron como el último llamamiento a la salvación: "Salvaos, hijos de Israel, salvaos de esta generación perversa."

En efecto, tenían que romper con los suyos, merecer por el sacrificio la gracia del nuevo Pentecostés, pasar de la Sinagoga a la Iglesia. Más de una lucha tuvieron que soportar en sus corazones; pero el triunfo del Espíritu Santo fué completo en este primer día. Tres mil personas se declararon discípulos de Jesús y fueron marcados con el sello de la divina adopción. ¡Oh Iglesia del Dios vivo, qué hermosos son tus progresos con el soplo del Espíritu divino! En primer lugar has residido en la inmaculada Virgen María, la llena de gracia y Madre de Dios; tu segundo paso te dota de ciento veinte discípulos, y he aquí que en el tercero son tres mil los elegidos, nuestros padres en la fe, abandonarán pronto Jerusalén, que, cuando vayan a sus países, serán las primicias del nuevo pueblo Mañana hablará Pedro en el mismo templo y a su voz se proclamarán discípulos de Jesús más de cinco mil personas. Salve, oh Iglesia de Cristo, la noble última y creación del Espíritu Santo, que militas aquí en la tierra, al mismo tiempo que triunfas en el cielo.

¡Oh Pentecostés, día sagrado de nuestro nacimiento, tú abres con gloria la serie de siglos

que recorrerá la Esposa de Cristo! Tú nos comunicas el Espíritu de Dios que viene a escribir la ley que regirá a los discípulos de Jesús, no sobre la piedra, sino sobre los corazones. ¡Oh Pentecostés promulgado en Jerusalén!, pero qué pronto extenderás tus beneficios a los pueblos de la gentilidad, tú vienes a cumplir las esperanzas que despertó en nosotros el misterio de Epifanía. Los magos venían de Oriente y nosotros les seguimos a la cuna del Niño Jesús, pero sabíamos que también llegaría nuestro día. Tu gracia, Espíritu Santo, los había empujado hacia Belén; pero en este Pentecostés que proclama tu imperio con tanta energía, tú nos llamas a todos; la estrella se ha transformado en lenguas de fuego y la faz de la tierra se renovará. Haz que nuestro corazón conserve los dones que nos has traído, estos dones que nos han destinado el Padre y el Hijo que te enviaron.


EL MISTERIO DE PENTECOSTÉS

No es extraño que la Iglesia haya dado tanta importancia al misterio de Pentecostés como al de Pascua, dada la importancia de que goza en la economía del cristianismo. La Pascua es el rescate del hombre por la victoria de Cristo; en Pentecostés el Espíritu Santo toma posesión del hombre rescatado; la Ascensión es el misterio intermediario.

Por una parte, consuma ésta el misterio de Pascua, constituyendo al Hombre-Dios vencedor de la muerte y cabeza de sus fieles, a la diestra de Dios Padre; por otra, determina el envío del Espíritu Santo sobre la tierra.

Este envío no podía realizarse antes de la glorificación de Jesucristo, como nos dice San Juan, y numerosas razones alegadas por los Santos Padres nos ayudan a comprenderlo. El Hijo de quien, en unión con el Padre, procede el Espíritu Santo en la esencia divina, debía enviar personalmente también a este mismo Espíritu sobre la tierra. La misión exterior de una de las divinas personas no es más que la consecuencia y manifestación de la producción misteriosa y eterna que se efectúa en el seno de la divinidad. Así, pues, al Padre no le envían ni el Hijo ni el Espíritu Santo, porque no procede de ellos. Al Hijo le envía el Padre, porque éste le engendra desde la eternidad. El Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo, porque éste procede de ambos. Pero, para que la misión del Espíritu Santo sirviese para dar mayor gloria al Hijo, no podía realizarse antes de la entronización del Verbo encarnado en la diestra de Dios; además era en extremo glorioso para la naturaleza humana que, en el momento de ejecutarse esta misión, estuviese indisolublemente unido a la naturaleza divina en la persona del Hijo de Dios, de modo que se pudiese decir con verdad que el Hombre-Dios envió al Espíritu Santo sobre la tierra.

No se debía dar esta augusta misión al Espíritu Santo hasta que no se hubiese ocultado a los ojos de los hombres la humanidad de Jesús. Como hemos dicho, era necesario que los ojos y el corazón de los fieles siguiesen al divino ausente con un amor más puro y totalmente espiritual. Ahora bien, ¿a quién sino al Espíritu Santo correspondía traer a los hombres este amor nuevo, puesto que es el lazo que une en un amor eterno al Padre y al Hijo? Este Espíritu que abraza y une se llama en las Sagradas Escrituras "el don de Dios"; éste es quien nos envían hoy el Padre y el Hijo. Recordemos lo que dijo Jesús a la Samaritana junto al pozo de Sícar: "Si conocieses el don Dios" Aún no había bajado, hasta entonces no se había manifestado más que por algunos dones parciales. A partir de este momento una inundación de fuego cubre toda la tierra: el Espíritu Santo anima todo, obra en todos los lugares. Nosotros conocemos el don de Dios; no tenemos más que aceptarle y abrirle las puertas de nuestro corazón para que penetre como en el corazón de los tres mil que se han convertido por el sermón de San Pedro.

Considerad en qué época del año viene el Espíritu Santo a tomar posesión de su reino. Hemos visto cómo el Sol de justicia se levantaba tímidamente de entre las tinieblas del solsticio de invierno para llegar lentamente a su cénit. En un sublime contraste, el Espíritu del Padre y del Hijo busca otras armonías. Es fuego y fuego que consume; por eso aparece en el mundo cuando el sol brilla con todo su esplendor, cuando este astro contempla cubierta de flores y de frutos a la tierra que acaricia con sus rayos.

Acojamos el calor vivificante del Espíritu de Dios y pidámosle que su calor no se extinga en

nosotros. En este momento del Año Litúrgico estamos en plena posesión de la verdad por el Verbo encarnado; procuremos conservar fielmente el amor que nos trae el Espíritu Santo.


LITURGIA DE PENTECOSTÉS

Fundado sobre un pasado de cuatro mil años de figuras, el Pentecostés cristiano, el verdadero Pentecostés, es una de las fiestas que fundaron los mismos Apóstoles. Hemos visto cómo en la antigüedad, al igual de la Pascua, tenía el honor de conducir los catecúmenos a las fuentes bautismales. Su octava, como la de Pascua, no pasa del sábado por la misma razón. El bautismo se administraba en la noche del sábado al domingo, y para los neófitos comenzaba esta fiesta con la ceremonia del bautismo. Como los que eran bautizados en Pascua vestían túnicas blancas y las deponían el sábado siguiente, que se consideraba como el día octavo.

En la Edad Media se dió a la fiesta de Pentecostés el nombre de Pascua de las rosas; ya hemos visto cómo se puso el nombre de Domingo de las rosas a la dominica infraoctava de la Ascensión.

El color rojo de la rosa y su perfume recordaban a nuestros padres las lenguas de fuego que descendieron en el Cenáculo sobre los ciento veinte discípulos, como los pétalos deshojados de la rosa divina que derramaba el amor y la plenitud de la gracia sobre la Iglesia naciente.

Esto es lo que nos recuerda la Liturgia al escoger el color rojo durante toda su octava. Durando de Mende, en su Racional tan precioso para conocer los usos litúrgicos de aquel tiempo, nos dice que durante el siglo x m en nuestras iglesias se soltaban algunas palomas durante la misa, las cuales revoloteaban sobre los fieles en recuerdo de la primera manifestación del Espíritu Santo en el Jordán, y además se arrojaban desde la bóveda estopa encendida y rosas en recuerdo de su segunda manifestación en el Cenáculo.

En Roma, la estación tenía lugar en la Basílica de San Pedro. Justo era que la Iglesia honrase al príncipe de los apóstoles, cuya elocuencia trajo a la Iglesia tres mil discípulos.


TERCIA

La Iglesia celebra hoy Tercia con solemnidad especial, con el fin de ponernos en comunicación más íntima con los dichosos habitantes del Cenáculo. Incluso escogió esta hora para celebrar durante ella el santo sacrificio, al cual preside el Espíritu Santo con todo el poder de su operación. Esta hora, que corresponde a las nueve de la mañana según nuestro modo de contar, se caracteriza, además, por una invocación al Espíritu Santo formulada en el Himno de San Ambrosio; pero hoy no es el Himno ordinario el que dirige la Iglesia al Paráclito. Es el cántico Veni Creator que nos ha legado el siglo IX y que compuso, según la tradición, el mismo Carlomagno.

El pensamiento de enriquecer el oficio de Tercia en el día de Pentecostés pertenece a San Hugo, abad de Cluny, que vivió en el siglo XI; práctica que incluso la Iglesia romana la ha aceptado en su Liturgia. De aquí viene que, aun en las iglesias en las cuales no se celebra el oficio canónico, se canta al menos el Veni Creator antes de la misa de Pentecostés.

En esta hora tan solemne se recoge el pueblo fiel entre los acordes inspirados de este himno tan tierno al mismo tiempo que impresionante; adora y llama al Espíritu de Dios. En este momento, se cierne sobre todos los templos cristianos y desciende sobre el corazón de aquellos que le esperan con fervor. Digámosle que necesitamos de su presencia, y pidámosle que permanezca en nuestro corazón para no alejarse jamás de él. Mostrémosle nuestra alma sellada con su carácter indeleble en el Bautismo y Confirmación; roguémosle que cuide de su obra. Somos suyos. Dígnese El hacer en nosotros lo que le pedimos, pero que nuestros labios lo digan con sinceridad, y acordémonos que para recibir y conservar el Espíritu de Dios hay que renunciar al mundo, porque Jesús ha dicho: “No podéis servir a dos señores”

Ha llegado el momento de celebrar el santo Sacrificio. La Iglesia, llena del Espíritu Santo, va a pagar el tributo de su agradecimiento, ofreciendo la víctima que nos ha merecido tal don por su inmolación. El introito resuena con un esplendor y una melodía sin par. Raras veces se eleva el canto gregoriano a tal entusiasmo. Las palabras contienen un oráculo del libro de la Sabiduría que se cumple hoy en nosotros. Es el Espíritu que se derrama sobre la tierra y que da a los Apóstoles el don de lenguas como prenda inequívoca de su presencia.


INTROITO

El Espíritu del Señor llenó el orbe de las tierras, aleluya: y, el que lo contiene todo, tiene la ciencia de la voz, aleluya, aleluya, aleluya. — Salmo: Levántese Dios, y sean disipados sus enemigos: y huyan, los que le odiaron, de su presencia. V. Gloria al Padre.


La colecta expresa nuestros deseos en tan gran día. Nos advierte, además, que dos son los dones principales que nos trae el Espíritu Santo: el gusto por las cosas de Dios y el consuelo del corazón; pidamos que ambos permanezcan en nuestro corazón para que seamos perfectos cristianos.


COLECTA

Oh Dios, que en este día instruiste los corazones de los fieles con la ilustración del Espíritu Santo: haz que saboreemos en el mismo Espíritu las cosas rectas, y que nos alegremos siempre de su consuelo. Por el Señor., en la unidad del mismo Espíritu Santo.



EPÍSTOLA

Lección de los Hechos de los Apóstoles.


Al cumplirse los días de Pentecostés, estaban todos los discípulos juntos en el mismo lugar: y vino de pronto un ruido del cielo, como de viento impetuoso: y llenó toda la casa donde estaban sentados. Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, y se sentó sobre cada uno de ellos: y fueron todos llenados del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en varias lenguas, como el Espíritu les hacía hablar. Y había entonces en Jerusalén judíos, varones religiosos, de todas las naciones que hay bajo el cielo. Y, corrida la nueva, se juntó la multitud, y se quedó confusa, porque cada cual les oía hablar en su lengua. Y se pasmaban todos, y se admiraban, diciendo: ¿No son acaso galileos todos estos que hablan? ¿Y cómo es que cada uno de nosotros les oímos en la lengua en que hemos nacido? Partos, y Medos, y Elamitas, y los que habitan en Mesopotamia, en Judea y en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia, y en Panfilia, en Egipto y en las regiones de la Libia, que está junto a Cirene, y los extranjeros Romanos, y también los Judíos, y los Prosélitos, los Cretenses, y los Árabes: todos les hemos oído hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.


LOS GRANDES SUCESOS DE LA HISTORIA

Cuatro grandes sucesos señalan la existencia del linaje humano sobre la tierra, y los cuatro dan testimonio de la bondad de Dios para con nosotros. El primero es la creación del hombre y su elevación al estado sobrenatural, que le asigna por fin último la clara visión de Dios y su posesión eterna. El segundo es la encamación del Verbo, que, al unir la naturaleza humana a la divina en la persona de Cristo, la eleva a la participación de la naturaleza divina, y nos proporciona, además, la víctima necesaria para rescatar a Adán y su descendencia de su prevaricación. El tercer suceso es la venida del Espíritu Santo, cuyo aniversario celebramos hoy. Finalmente, el cuarto es la segunda venida del Hijo de Dios, que vendrá a librar a la Iglesia su Esposa y la conducirá con El al cielo para celebrar las nupcias sin fin. Estas cuatro operaciones de Dios, de las cuales la última aún no se ha cumplido, son la clave de la historia humana; nada hay fuera de ellas; pero el hombre animal no las ve ni piensa en ellas. “La luz brilló en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron”.

Bendito sea, pues, el Dios de misericordia que se dignó “llamarnos de las tinieblas a la admirable luz de la fe” . Nos ha hecho hijos de esta generación “que no es de la carne y de la sangre ni de la voluntad del hombre, sino de la voluntad de Dios”. Por esta gracia, he aquí que hoy estamos atentos a la tercera de las operaciones de Dios sobre el mundo, la venida del Espíritu Santo, y hemos oído el emocionante relato de su venida. Esta tempestad misteriosa, estas lenguas, este fuego, esta sagrada embriaguez nos transporta a los designios celestiales y exclamamos: “¿Tanto ha amado Dios al mundo?” Nos lo dijo Jesús mientras estaba sobre la tierra: “Sí, ciertamente, tanto amó Dios al mundo que le dió su unigénito Hijo.” Hoy tenemos que conpletar y decir: “Tanto han amado el Padre y el Hijo al mundo, que le han dado su Espíritu divino.” Aceptemos este don y consideremos qué es el hombre. El racionalismo y el naturalismo quieren engrandecerle esforzándose en colocarle bajo el yugo del orgullo y de la sensualidad; la fe cristiana nos exige la humildad y la renuncia; pero en pago de ello Dios se da a nosotros.

El primer verso aleluyático está compuesto por las palabras de David, en las cuales se manifiesta el Espíritu Santo como autor de una creación nueva, como el renovador de la tierra. El segundo es una oración por la cual la Iglesia pide que el Espíritu Santo descienda sobre sus hijos. Se reza siempre de rodillas.


ALELUYA

Aleluya, aleluya, V. Envía tu Espíritu, y serán creados, y renovarás la faz de la tierra.

Aleluya. (Aquí se arrodilla.) V. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles: y enciende en ellos el fuego de tu amor. 


Sigue la secuencia, una pieza llena de entusiasmo a la vez que de ternura para el que viene eternamente con el Padre y con el Hijo y que establecerá su reino en nuestros corazones. Es de Anales del siglo XIII y se atribuye con bastante probabilidad a Inocencio III.


SECUENCIA


1. Ven, Espíritu Santo,

Y envía desde el cielo

Un rayo de tu luz.


2. Ven, Padre de los pobres.

Ven, dador de los dones,

Ven, luz de los corazones.


3. Optimo Consolador,

Dulce huésped del alma,

Dulce refrigerio nuestro.


4. Descanso en el trabajo.

Frescura en el estío,

En el llanto solaz.


5. ¡Oh felicísima Luz!

Llena lo más escondido.

Del corazón de tus fieles.


6. Sin tu santa inspiración,

Nada hay dentro del hombre,

Nada hay que sea puro.


7. Lava lo que está sucio,

Riega lo que está seco,

Sana lo que está herido.


8. Doma lo que es rígido,

Templa lo que está frío,

Rige lo que se ha extraviado.


9. Concede a todos tus fieles,

Que sólo en ti confían,

Tu sagrado Septenario.


10. Da de la virtud el mérito,

Da un término dichoso,

Y da el perenne gozo.


Amén. Aleluya.


EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Juan.


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si alguien me ama, observará mis palabras, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada cerca de él: el que no me ama, no observa mis palabras. Y, las palabras que habéis oído, no son mías, sino de Aquel que me envió, del Padre. Os he dicho esto, permaneciendo a vuestro lado. Mas el Espíritu Santo Paráclito, que enviará el Padre en nombre mío, os enseñará todo, y os sugerirá todo lo que yo os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy: no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón, ni se asuste. Ya me habéis oído deciros: Voy, y vuelvo a vosotros. Si me amarais, os alegraríais ciertamente porque voy al Padre: porque el Padre es mayor que yo. Y os lo he dicho ahora, antes de que suceda: para que, cuando hubiere sucedido, creáis. Ya no hablaré mucho con vosotros. Porque viene el príncipe de este mundo, y no tiene nada en mí. Mas es para que conozca el mundo que amo al Padre, y, como me lo mandó el Padre, así obro.


LA HABITACIÓN DE LA TRINIDAD EN NUESTRA ALMA

La venida del Espíritu Santo no interesa solamente al género humano como tal, sino que todos y cada uno de sus individuos está llamado a recibir esta visita, que en el día de hoy “renueva la faz de la tierra”

El designio misericordioso de Dios es hacer una alianza individual con todos nosotros. Jesús sólo pide de nosotros una cosa: quiere que le amemos y que guardemos su palabra. Con tal condición, El nos promete que su Padre nos amará y vendrá con El a habitar en nosotros. Pero no es esto todo. Nos anuncia, además, la venida del Espíritu Santo, el cual, por su presencia, completará la habitación de Dios en nosotros. La augusta Trinidad hará como otro cielo de esta pobre morada, esperando que seamos transportados después de esta vida a la mansión, en la cual podamos contemplar a nuestro huésped divino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que tanto han amado a esta creatura humana.


EL ESPÍRITU SANTO, DON DEL PADRE Y DEL HIJO.

Jesús nos enseña más en este pasaje, sacado del discurso que pronunció a sus discípulos después de la Cena, que el Espíritu Santo que desciende hoy sobre nosotros es un don del Padre, pero del Padre “en nombre del Hijo”; del mismo modo que en otro lugar dice Jesucristo que “El es quien enviará al Espíritu Santo”. Estos modos diferentes de expresión muestran la relación que hay entre las dos primeras personas de la Santísima Trinidad y el Espíritu Santo. Este Espíritu divino es del Padre, pero también del Hijo. El Padre le envía, pero también el Hijo le envía, porque procede de ambos como de un solo principio.

En este día de Pentecostés, nuestro agradecimiento lo mismo se ha de dirigir al Padre que al Hijo; porque el don que nos viene del cielo nos viene de ambos. Desde la eternidad engendró el Padre al Hijo, y cuando llegó la plenitud de los siglos le envió al mundo como su mediador y salvador. Desde la eternidad el Padre y el Hijo produjeron al Espíritu Santo y en la hora señalada le enviaron a la tierra para ser entre los hombres el principio de amor como lo es entre el Padre y el Hijo. Jesús nos dice que la misión del Espíritu es posterior a la del Hijo, porque convenía que los hombres fuesen iniciados en la verdad por El, que es la Sabiduría. En efecto, no habrían podido amar a quien no conocían. Pero cuando Jesús, consumada su obra y su humanidad se sentó a la diestra de Dios Padre, en unión con el Padre envía al Espíritu divino para conservar en nosotros esta palabra que es “espíritu y vida” y preparación del amor.

El ofertorio está tomado del salmo LXII, en el cual David profetiza la venida del Espíritu Santo para confirmar la obra de Jesús. El Cenáculo extingue todos los resplandores del templo de Jerusalén: en adelante no habrá más que Iglesia católica que no tardará en recibir en su seno a los reyes y a los pueblos.


OFERTORIO

Confirma, oh Dios, esto que has obrado en nosotros: en tu templo, que está en Jerusalén, te ofrecerán dones los reyes, aleluya.


En presencia de los dones que va a ofrecer y que descansan sobre el altar, la Iglesia pide en la Secreta que la venida del Espíritu Santo sea para los fieles un fuego que limpie sus manchas y una luz que ilumine su espíritu con entendimiento más perfecto de las enseñanzas del Hijo de Dios.


SECRETA

Suplicámoste, Señor, santifiques los dones ofrecidos: y purifica nuestros corazones con la iluminación del Espíritu Santo. Por el Señor… en la unidad del mismo Espíritu Santo.


PREFACIO

Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que, siempre y en todo lugar, te demos gracias a ti. Señor santo. Padre omnipotente, eterno Dios: por Cristo, nuestro Señor. El cual, ascendiendo sobre todos los cielos, y sentándose a tu derecha, derramó (este día) sobre los hijos de adopción el Espíritu Santo prometido. Por lo cual, todo el mundo, esparcido por el orbe de las tierras, se alegra con profuso gozo. Y también las celestiales Virtudes, y las angélicas Potestades, cantan el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!


La antífona de la comunión celebra el momento de la venida del Espíritu Santo. Jesús se ha dado a sus fieles como alimento en la Eucaristía, pero el Espíritu les ha preparado tal favor, y ha cambiado el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de la sagrada víctima. El también les ayudará a conservar en ellos el alimento que guarda las almas para la vida eterna.


COMUNIÓN

Vino de pronto un ruido del cielo, como de viento impetuoso, donde estaban sentados, aleluya: y fueron todos llenados del Espíritu Santo, hablando las maravillas: de Dios, aleluya, aleluya.


Ahora que la Iglesia posee a su divino Esposo, le pide en la poscomunión que el Espíritu Santo permanezca en el alma de sus fieles, y al mismo tiempo nos revela una de las prerrogativas del Espíritu Santo, quien, encontrando áridas e incapaces de fructificar a nuestras almas, se transforma en rocío para fecundarlas.


POSCOMUNIÓN

Haz, Señor, que la infusión del Espíritu Santo purifique nuestros corazones y los fecunde con la íntima aspersión de su rocío. Por el Señor… en la unidad del mismo Espíritu Santo. 



POR LA TARDE

INAUGURACIÓN DE LOS SACRAMENTOS


El gran día avanza en su carrera, y llenos del Espíritu Santo, como lo hemos sido en la hora de Tercia, no podemos hacernos extraños a los sucesos de Jerusalén. El fuego que inundaba el corazón de los Apóstoles se ha comunicado a la muchedumbre.

El pesar de haber crucificado al “Señor de la gloria” ha domado el orgullo de estos judíos que acompañaron a Jesús en el camino del dolor, insultándole y maldiciéndole. ¿Qué les falta para ser cristianos? Conocer y creer, después ser bautizados. De en medio del torbellino del Espíritu Santo que les rodea, resuena la voz de Pedro y de sus hermanos: “El que fué crucificado y que resucitó de entre los muertos es el propio Hijo de Dios engendrado eternamente del Padre; el Espíritu que se manifiesta en este momento es la tercera persona de la única y divina esencia.” El misterio de la Trinidad, de la Encarnación, de la Resurrección, resplandece ante los ojos de estos discípulos de Moisés;- las sombras desaparecen para dar lugar al día clarísimo de la nueva alianza.

Ya ha llegado el día en que se cumpla la predicción de San Juan Bautista pronunciada a las orillas del Jordán y de la cual muchos se acuerdan: “Entre vosotros hay uno a quien vosotros no conocéis, de quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia. Yo os bautizo en agua, El os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”.

Con todo eso, este bautismo de fuego debe administrarse por el agua. El Espíritu, que es fuego, obra por el agua, pues él mismo se ha llamado “fuente de agua viva”. El profeta Ezequiel había saludado de lejos este momento solemne cuando expresaba de este modo el oráculo divino: “He aquí que derramaré sobre vosotros agua pura y os limpiaré todas vuestras manchas y seréis purificados de todos vuestros ídolos. Y os daré un corazón nuevo y pondré en medio de vosotros un nuevo espíritu. Y quitaré de vuestro pecho ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Colocaré mi espíritu en medio de vosotros, y os haré ir por la senda de mis mandamientos, y vosotros guardaréis mi ley; y seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios”. ‘


EL BAUTISMO

La profecía era manifiesta y la -hora en la cual venía el Espíritu era la misma en la que el agua iba a manar. Hemos visto en Epifanía cómo este elemento sobre el cual se cernía el Espíritu divino al principio del mundo recibe contacto con la carne del Hijo de Dios y cómo la paloma une su acción santificante a la del Hijo de Dios. Después hemos visto cómo la mano del Pontífice introducía en la fuente bautismal el sábado santo un cirio encendido, figura de Cristo, y oímos esta oración: “Descienda sobre esta fuente el poder y la gracia del Espíritu Santo.” Hoy la fuente purificadora extiende sus aguas sobre Jerusalén; la mano de Pedro y sus hermanos sumergen en este elemento sagrado a los hijos de Israel y tres mil son regenerados en estas aguas y hechos cristianos. ¡Qué hermosos son estos nuestros padres en la fe, en quienes veneramos las primicias del cristianismo! Más hermosos que los tres Magos que vimos bajar gozosos de sus camellos y penetrar en el establo para depositar a los pies del Rey de los judíos las místicas ofrendas de Oriente. Ahora se cumplen todos los misterios; nosotros hemos sido redimidos, Jesús está sentado a la diestra del Padre, el Espíritu Santo enviado por El acaba de llegar para quedarse con nosotros hasta el fin de los siglos. He aquí porqué se abren las fuentes de los Sacramentos. En este momento el Espíritu del Padre y del Hijo ha levantado el primero de los sellos y el agua bautismal corre abundante para no cesar hasta que haya regenerado al último de los cristianos que pase por la tierra.


LA CONFIRMACIÓN

El Espíritu divino es el “don del Altísimo”; los Apóstoles poseen este don; pero no lo deben retener sólo para ellos. Se abre otro sello y la Confirmación comunica a los neófitos el Espíritu Santo que ha bajado al Cenáculo. Por el poder que les ha sido dado» Pedro y sus hermanos, pontífices de la nueva alianza, comunican a estos hombres, por medio del Espíritu Santo, la fortaleza que necesitarán para confesar a Jesús, cuyos miembros serán para siempre.


LA MISA Y LA EUCARISTÍA

Pero los recién nacidos a la gracia no están divinizados bastante, aunque están ya marcados con un doble carácter; les falta recibir a Cristo, que instituyó los sacramentos, mediador y redentor que ha unido Dios a los hombres. Tiene que levantarse un tercer sello, para que, actuando el nuevo sacerdocio por vez primera por los Apóstoles, produzca a Jesús, Pan de vida, para que esta multitud hambrienta guste de este maná, que alimenta no sólo el cuerpo como el del desierto, “sino que da la vida al mundo”‘. El; Cenáculo, perfumado aún con el recuerdo de lo que hizo Cristo la víspera de su Pasión, vuelve a presenciar el prodigio de que fué testigo. Rodeado de sus hermanos, Pedro pronuncia las palabras divinas que aún no habían pronunciado sus labios, y el Espíritu de amor produce entre sus manos el cuerpo y la sangre de Cristo. Se ha inaugurado el nuevo Sacrificio, que no cesará de ofrecerse todos los días hasta el fin del mundo. Los neófitos se acercan para recibir de manos de los Apóstoles el sagrado alimento que consuma su unión con Dios, por medio de Jesús pontífice eterno según el orden de Melquisedec.


MARÍA EN EL CENÁCULO

Pero no olvidemos que, en este primer sacrificio ofrecido por Pedro asistido por sus compañeros en el apostolado, también participa María de esta carne sagrada que ha tomado el ser en su seno virginal. Abrasada por el fuego del Espíritu Santo que había venido a confirmar en ella la maternidad para con los hombres que Jesús la había confiado en la cruz, se une en el misterio de amor a su Hijo amado que se ha ido al cielo y la ha encargado el cuidado de la Iglesia naciente. En adelante le recibirá todos los días hasta que también ella vaya al cielo para gozar eternamente de su vista, prodigarle sus caricias y recibir las suyas.

Qué dicha la de los neófitos que merecieron acercarse a tal reina, la Virgen Madre, a quien había sido dado el llevar en su seno castísimo al que era la esperanza de Israel. Contemplaron el rostro de la nueva Eva, oyeron su voz y experimentaron la confianza filial que inspira a los discípulos de Jesús. En otra época nos hablará la Iglesia de estos afortunados neófitos; no hacemos aquí más que recordar su dicha para demostrar cuán grande fué este día que vió el comienzo de la Iglesia. La jerarquía eclesiástica queda constituida en Pedro, Vicario de Cristo, en los Apóstoles y demás discípulos escogidos por Jesús. La semilla de la palabra divina fué echada en buena tierra, el agua bautismal regeneró lo más escogido de Israel, el Espíritu se les comunicó con su fortaleza, el Verbo les alimentó con su carne, que es verdadera comida, y con su sangre, que es verdadera bebida, y María les recibió en sus brazos maternales cuando acababan de nacer.


LOS DONES DEL ESPIRÍTU SANTO

Debemos exponer durante toda esta semana las diversas operaciones del Espíritu Santo en día. Iglesia y en el alma fiel; pero es preciso anticipar desde hoy las enseñanzas que hemos de presentar. Siete días se nos han dado para estudiar y conocer el Don Supremo que el Padre y el Hijo han querido enviarnos, y el Espíritu que procede de ambos se manifiesta de siete formas a las almas. Es, pues, justo que cada uno de los días de esta semana esté consagrado a honrar y recoger este septenario de beneficios, por el que deben realizarse nuestra; salvación y nuestra santificación.

Los siete dones del Espíritu Santo son siete energías que se digna depositar en nuestras almas, cuando se introduce en ellas por la gracia santificante. Las gracias actuales ponen en movimiento simultánea o separadamente estos poderes divinamente infundidos en nosotros, y el bien sobrenatural y meritorio de la vida eterna es producido con el consentimiento de nuestra voluntad.

El profeta Isaías, guiado por inspiración divina, nos ha dado a conocer estos siete Dones en aquel pasaje en que, al describir la acción del Espíritu Santo sobre el alma del Hijo de Dios hecho hombre, al cual nos lo representa como la flor salida del tallo virginal que nace del tronco de Jessé, nos dice: "Sobre él descansará el Espíritu del Señor, el Espíritu de Sabiduría y de Entendimiento, el de Consejo y el de Fortaleza, el Espíritu de Ciencia y de Piedad; le llenará el Espíritu de Temor de Dios". Nada más misterioso que estas palabras; pero se prevé que lo que estas palabras expresan no es una simple enumeración de los caracteres del Espíritu divino, sino más bien la descripción de los efectos que realiza en el alma humana. Así lo ha entendido la tradición cristiana expuesta en los escritos de los antiguos Padres y formulada por la Teología.

La sagrada humanidad del Hijo de Dios encarnado es el tipo sobrenatural de la nuestra, y lo que el Espíritu Santo obró en ella para santificarla debe en proporción tener lugar en nosotros. Puso en el Hijo de María las siete energías que describe el Profeta; los mismos dones están reservados al hombre regenerado. Se debe notar la progresión que se manifiesta en su serie. Isaías puso primero el Espíritu de Sabiduría, y concluye con el Temor de Dios. La Sabiduría es, en efecto, como veremos, la más alta de las prerrogativas a que puede estar elevada el alma humana, mientras que el Temor de Dios, según la profunda expresión del Salmista, no es más que el principio y el bosquejo de esta divina cualidad. Se entiende fácilmente que el alma de Jesús destinada a contraer la unión personal con el Verbo haya sido tratada con dignidad particular, de suerte que el don de Sabiduría tuvo que ser infundido en ella de una manera primordial, y que el Don de Temor de Dios, cualidad necesaria a una naturaleza creada, fué puesto en ella como un complemento. Para nosotros, al contrario, frágiles e inconstantes, el Temor de Dios es la base de todo el edificio, y por él nos elevamos de grado en grado hasta esta Sabiduría que une con Dios. En orden inverso al que Isaías puso para el Hijo de Dios encarnado, el hombre sube a la perfección mediante los Dones del Espíritu Santo que le fueron dados en el Bautismo, y restituidos en el sacramento de la reconciliación, si tuvo la desgracia de perder la gracia santificante por el pecado mortal.

Admiremos con profundo respeto el augusto septenario que se halla impreso en toda la obra de nuestra salvación y de nuestra santificación. Siete virtudes hacen al alma agradable a Dios; por los siete Dones, el Espíritu Santo la encamina a su fin; siete Sacramentos la comunican los frutos de la encarnación y de la redención de Jesucristo; finalmente, después de las siete semanas de Pascua, el Espíritu es enviado a la tierra para establecer y consolidar en ella el reino de Dios. No nos admiremos de que Satanás haya tratado de parodiar sacrílegamente la obra divina, oponiendo el horroroso septenario de los pecados capitales, por los cuales procura perder al hombre que Dios quiere salvar.


EL DON DE TEMOR

En nosotros, el obstáculo para el bien es el orgullo. Este nos lleva a resistir a Dios, a poner el fin en nosotros mismos; en una palabra, a perdernos. Solamente la humildad puede librarnos de peligro tan grande. ¿Quién nos dará la humildad?: el Espíritu Santo, al derramar en nosotros el Don de Temor de Dios.

Este sentimiento se asienta en la idea que la fe nos sugiere sobre la majestad de Dios, en cuya presencia somos nada, sobre su santidad infinita ante la cual somos indignidad y miseria, sobre el juicio soberanamente equitativo que debe ejercer sobre nosotros al salir de esta vida y el riesgo de una caída siempre posible, si faltamos a la gracia que nunca nos falta, pero a la cual podemos resistir.

La salvación del hombre se obra, pues, "en el temor y en el miedo", como enseña el Apóstol pero este temor, que es un don del Espíritu Santo, no es un sentimiento vil que se limitaría a arrojarnos en el espantoso pensamiento de los castigos eternos. Nos mantiene en la compunción del corazón, aun cuando nuestros pecados fuesen perdonados hace mucho; nos impide olvidar que somos pecadores, que todo lo debemos a la misericordia divina y que sólo somos salvos en esperanza.

Este temor de Dios no es un temor servil; es, por el contrario, la fuente de los más delicados sentimientos. Puede unirse con el amor, porque es un sentimiento filial que detesta el pecado a causa del ultraje hecho a Dios. Inspirado por el respeto a la majestad divina, por el sentimiento de su santidad infinita pone a la criatura en su verdadero lugar, y San Pablo nos enseña que, purificado de este modo, contribuye "a completar la santificación". Así oímos a este gran Apóstol, que había sido arrebatado hasta el tercer cielo, confesar que es riguroso consigo mismo "para no ser condenado".

El espíritu de independencia y de falsa libertad que reina actualmente hace poco común el temor de Dios, y esa es la plaga de nuestros tiempos. La familiaridad con Dios reemplaza a menudo a esta disposición fundamental de la vida cristiana, y desde entonces todo progreso se detiene, la ilusión se introduce en el alma y los Sacramentos, que en el momento del retorno hacia Dios habían obrado con tanto poder, se hacen estériles. Es que el Don de Temor de Dios se ha sofocado con la vana complacencia del alma en sí misma. La humildad se ha extinguido; un orgullo secreto y universal ha paralizado los movimientos de esta alma. Llega, sin saberlo, a no conocer a Dios, por el hecho mismo de que no tiembla en su presencia.

Conserva en nosotros, Espíritu divino, el Don de Temor de Dios que nos otorgaste en el bautismo. Este temor asegurará nuestra perseverancia en el fin, deteniendo los progresos del espíritu del orgullo. Sea como un dardo que atraviese nuestra alma de parte a parte, y quede siempre fijo en ella como nuestra salvaguardia. Abata nuestra soberbia y nos preserve de la molicie, revelándonos sin cesar la grandeza y la santidad del que nos ha creado y nos tiene que juzgar.

Sabemos, Espíritu divino, que este feliz temor no ahoga el amor; antes retira los obstáculos que impedirían su desarrollo. Las Virtudes celestiales ven y aman al soberano Bien con ardor, están embriagadas de él por toda la eternidad; con todo eso, tiemblan ante su tremenda majestad, tremunt Potestates. ¡Y nosotros, cubiertos de las cicatrices del pecado, llenos de imperfección, expuestos a mil ardides, obligados a luchar con tantos enemigos, no hemos de sentir que es necesario estimular por un temor fuerte y filial al mismo tiempo, nuestra voluntad que se duerme tan fácilmente, nuestro espíritu al que rodean tantas tinieblas!, preserva en nosotros tu obra, divino Espíritu, el precioso don que te has dignado hacernos; enséñanos a conciliar la paz y la alegría del corazón con el temor de Dios, según la advertencia del Salmista: "Servid al Señor con temor, y os estremeceréis de gozo temblando delante de él" 

Boletín Dominical 28 de mayo


Día 28 de Mayo, Domingo de Pentecostés

Doble de I clase- Ornamentos Rojos.

 A los cincuenta días de haber comido el cordero en la forma ritual prescrita y de haber bajado el Ángel exterminador en la madrugada en que sale del cautiverio de Egipto el pueblo de Israel, acampa éste a la falda del monte Sinaí, y Dios, solemnemente, entre resplandores, entrega al pueblo hebreo su ley, escrita en dos tablas de piedra, por manos de su conductor, Moisés. Éstos dos grandes acontecimientos: la salida de Egipto y la Ley recibida en el Sinaí, constituyen para los Judíos las dos grandes fiestas de Pascua y Pentecostés (cincuentena), que son las únicas cuyo verdadero origen hallamos en el Antiguo Testamento, y por consiguiente las únicas cuya institución podemos atribuir al mismo Dios.

Seiscientos años después ocurre en la fiesta de Pascua la muerte y resurrección de Cristo y en la fiesta de Pentecostés se verifica la venida visible del Espíritu Santo a eso de las 9 de la mañana. Desde entonces pasan a ser fiestas cristianas y las más solemnes del año eclesiástico.

En verdad que la ley antigua era sombra y figura de la ley nueva, aquella Pascua, figura de nuestra Pascua; aquel Pentecostés figura de nuestro Pentecostés. A los cincuenta días de la Resurrección del Señor desciende el Espíritu Santo sobre Maria Santísima y los Apóstoles, reunidos en el Cenáculo, que estaba en el monte Sión y escribe en sus corazones la ley de la gracia, ilumina sus inteligencias, fortalece su voluntad y los constituye en doctores de la verdad revelada e intrépidos propagadores del Evangelio, con el que renovarán la faz de la tierra. Aquellos Apóstoles, tan temerosos  de que muerto o ausente el Maestro se ensañara con ellos la persecución de los príncipes de Israel, recibido el Espíritu Santo, salen llenos de fervor, y con un valor hasta entonces desconocido  en ellos, predican a Jesucristo crucificado en el mismo pórtico de Salomón, en el Templo de Jerusalén, desafiando la ira de los escribas y fariseos y defendiendo los derechos y la libertad de la Iglesia naciente por sobre todas las potestades políticas, mientras acusaban a las de Jerusalén del gran crimen del deicidio. (Continúa)




Predicamos a Jesucristo, dicen, al que vosotros disteis muerte de cruz, siendo santo y justo”. En su primera alocución convirtió San Pedro 3000 personas, y en la segunda 5000, aumentando cada día el número de los fieles.

El Espíritu Santo es la vida de la Iglesia, y es, de las tres divinas Personas, la que se comunica directamente con el alma justa, enriqueciéndola con sus gracias y sus dones. Por eso Jesús promete que enviará el Espíritu Santo Consolador que nos enseñará toda verdad.

El Sacerdote usa en la Misa ornamentos encarnados, que nos recuerdan las lenguas de fuego que se posaron sobre la Virgen y los Apóstoles y la sangre que éstos habrían de dar por predicar el Evangelio, al mismo tiempo que la caridad que infunde en el alma.

Antes del siglo XIII, en algunas iglesias existía la costumbre de hacer caer de lo alto de la bóveda una lluvia de flores y se soltaba una paloma que revoloteaba por el templo mientras se cantaba el Veni Sancte Spiritus.